viernes, 31 de octubre de 2008

Timbúes, por Juanito

Sobran testigos de su entusiasmo previo. Lo disfrutó de antemano. Cada prenda o utensillo que guardaba en el bolso lo transportaba apresurado al goce que le proporcionarían dos días al aire libre.

Esa semana no habló de otra cosa que no tenga que ver con el camping. Proyectó perfectos amaneceres de pesca en las feroces aguas del Carcarañá, gloriosas tardes de fútbol, inolvidables noches de cervezas y mujeres y más cervezas.

Pero Timbúes le dio vuelta la cara: le entregó canchas en pendiente y que la barranca está peligrosa para andar pescando y duchas en reparación; y si querés compartir una copa con alguna dama, a ver si podés metido entre dos millones y medio de mosquitos por metro cúbico y una tormenta de ascendencia tropical. ¡Ah! Me olvidaba: tu carpa está inundada, por no decir que la crecida del río la pasó por encima.

No aguantó ni veinticuatro horas. Entre dolido y resignado, sucio, empapado y sin dormir, juntó sus cosas como pudo y dejó tallado con una llave en cada árbol del lugar: “No vengo nunca más”.

lunes, 20 de octubre de 2008

San Martín de los Andes, por Duar

Le contaron de grandecito que no tenía nada de nueva su actitud frente a la vida. Que de chiquito nomás había sido exactamente igual, que no era de extrañar que las cosas se fueran dando como se vienen dando.
Que en viaje a San Martín de los Andes dijo su primera palabra, que no fue mamá ni papá sino vaca, más precisamente “muvác”.

Que en plena estadía se fugó sigilosamente de la vigilancia de sus papás y apareció correteando entre las vacas que acababan de liberar de un corral. Tranquilo y chocho él, nerviosas ellas, que pesaban lo suficiente como para enterrarlo en dos patadas y levantaban polvo como para taparlo en el acto.

Que conoció las laderas de las montañas y no cedió ante el instinto de mantener equilibrado el centro de gravedad de su pequeño cuerpo, al contrario: apretó fuerte las cejas y peleó con la oblicuidad del pedemonte hasta que lo retiraron achichonado.

Y de todo eso se desprende, lógicamente, que es un tremendo terco y que no va a dejar de comer carne de vaca por más que le digan que tiene el colesterol por las nubes y que los pobres animalitos sufren cuando los sacan del verde prado para servirlos en su mesa. Se veía venir, desde aquella vuelta en San Martín de los Andes…

lunes, 13 de octubre de 2008

Ciudad del Milagro, por Duar

Uno, dos, tres, cuatro…

Almita’i Pollo, menudito, escuálido, morocho y pícaro, se esconde tras los ligustros del viejo Sosa, justo debajo de un pino. Mientras todos procuran escondites rebuscados para perdurar en el juego, Almita elige uno a tiro de donde cuento yo…

Veintisiete –tomo aire–, veintiocho, veintinueve –al treinta casi que lo cuento mientras respiro por la boca, agitado.

El plan, en sí, no es malo. Sabe que voy a salir a buscar a los chicos que rajaron calle abajo; me vio que los espiaba y que no lo vi a él.

Cuarenta y uno, cuarenta y dos –estoy pensando que May se debe haber escondido atrás de los cajones de la verdulería, y la boba de Tania no puede andar muy lejos, si son casi siamesas–, cuarenta y tres…

Almita’i Pollo escucha un chillido que viene de arriba del árbol, justo cuando yo termino de contar. Me doy vuelta y al primero que veo es a él, que viene lívido, con la mirada perdida, como un zombi. Lo pico, cagaste Almita; no parece importarle. Me esquiva a paso cortito, arrastra los pies, y entra su casa sin decir palabra. De la sorpresa, no atino a preguntarle qué le pasa. Los demás también lo ven y salen uno a uno de sus escondites. Quique se va detrás de él y le pregunta qué le pasó, y algo le responde, no se qué, es secreto. Nos vamos todos a dormir, asustados.

Al otro día, el colchón de Almita se orea en el jardincito del frente de su casa. Se meó como un bebé, porque dice que lo chistó una lechuza y que se va a morir, porque así es nomás, cuando un bicho de esos te llama de noche.

sábado, 11 de octubre de 2008

Tilcara, por Juanito

Estimado Gustavo:

Creo que no hace falta mencionar lo maravillosa que ha resultado la jornada de hoy. La caminata que en un principio miramos de reojo por el frío y lo temprano, nos pagó con creces: los silencios vencieron a la incansable pendiente; los colores condenaron al olvido a la falta de aire. Y si bien no llegamos a la Garganta del Diablo, la fiesta que nos retuvo en la quebrada quedará por siempre tatuada en mi memoria.

Cuando éste, mi viaje, apenas comenzaba a ser esbozado un año atrás en el agobiante calor rosarino, quienes habían tenido la experiencia de un recorrido similar me anticiparon que -más allá de los paisajes y la historia y el descanso- el Norte me iba a regalar amigos, compañeros, compadres.

Y déjame decirte que no se equivocaban, y que tú eres la viva y fresca prueba de ello. Son cosas que se notan, ¿vio? Uno percibe cuándo un abrazo es auténtico o mera pose para la foto; uno se da cuenta cuándo la oferta del último trozo de sandwich es etiqueta y cuándo comunidad.

Pero si hubo un momento en que manifestaste tu intención de eterna y sincera hermandad -que mediante la presente declaro acepto honrado- fue cuando anoche, entre cervezas y rockanrolles, con apenas algunas horas de convivencia en "El Andariego", me enseñaste las fotos de tu prometida posando desnuda, para que vea lo hermosa que era.

Un afectuoso saludo, y la mejor de las suertes en tu camino.


martes, 7 de octubre de 2008

Cachi, por Duar

Cuando la gente anda por los valles tiene la mala costumbre de querer llevarse algo. Algo, alguito, una piedrita o un cáctus, o puntas de flecha, o un pedazo de alfarería, una vasija rota de las que se ven a simple vista desparramadas por el suelo. Al viajero le pasaba lo mismo, desde que era chiquito, viajerito. Le encontró la vuelta de grande: cierta vez, a pocas horas de abandonar Cachi, entrado en un estado de desesperanza y desesperación, decidió que se iba a llevar algunas historias. Así que se cruzó toda la plaza, pasó por delante de los puestos de artesanías, la oficina de turismo, y rumbeó a la Iglesia y al Museo, grabador en mano.

Como todavía no era intrépido –estaba a medio cocinar–, necesitó de un impulso final para animarse a tocar la puerta del Padre Alfredo y preguntarle quién sabe qué cosas. Se lo dio ella, que siempre está a su lado –a veces uno o dos pasos adelante–, y juntos completaron la transformación.

Así nació el intrépido y, junto a él, su aversión por las historias perdidas, que gusta de rescatar del olvido con lo que tenga más a mano: anotador, grabador, ojos, oídos…

sábado, 4 de octubre de 2008

La Quiaca, por Juanito

¿Y por qué no usan animales?
Porque se quejarían.
¿Del peso?
No, del jornal.


Difícil fue para el viajero no ser turista, aunque él sostenga lo contrario. Se le complicó dejar el lugar de observador curioso, analítico, explorador de razones y estructuras. ¿Se puede decir que de tanta búsqueda de la realidad, no la vivió?

Tampoco es para exagerar, en ocasiones sí lo hizo, vaya si lo hizo. Pero no pudo, por ejemplo, en La Quiaca: mientras hacía sellar su pasaporte, estudiaba asombrado -hasta tomó una fotografía- cómo los tipos -y las tipas y los tipitos- andaban a las corridas de un lado a otro de la frontera, encorvados, cargando robustos bolsones que bien podrían haber sido verduras frescas o historia latinoamericana.

Le costó entender que eso no era sólo La Quiaca y el colla y la frontera. Con el tiempo pensaría que eso es el mundo, que La Quiaca es todos lados. Llegaría a considerar que La Quiaca es él mismo, su escenario, los amigos y los no tanto. Todo junto, quizás llevado al absurdo, o ni siquiera.


viernes, 3 de octubre de 2008

San Antonio Oeste, por Duar


Me es difícil dejar de pensar que San Antonio Oeste es un cementerio gigante, una ciudad-cementerio, una necrópolis. Ni las fotos de la Secretaría de Turismo, imágenes de playas tranquilas y soleadas, llenas de chicos chapoteando en el agua, pueden borrar recuerdos...

… de calles polvorientas y casas de madera y de chapa, con sus paredes descascaradas, siempre viejas y humildes; y todo el marco gris que el cielo, el suelo y el agua formaban aquella vez que anduve por allá.

… del playón de la estación, el cementerio de trenes. Donde se acumulan como juguetes viejos, como si se hubieran arrastrado hasta allí para dejarse morir, formaciones completas de todas las épocas: vagones de madera, livianos y llenos de agujeros, y de acero, pesados y oxidados, como atacados todos por la misma viruela.

Cómo será de fulera la cosa, que hasta en el acceso a la ciudad, sobre la ruta 3, hay expuesto, a modo de advertencia, un coche destruido: a ver si te avivás, gil, que si no andás con cuidado por la ruta vas a terminar en San Antonio Oeste, como todo lo que termina acá.

martes, 30 de septiembre de 2008

El Shincal de Quimivil, por Duar

Dicen que fue una ciudad, una importante además. Todavía es. Queda a pocos kilómetros de la Londres catamarqueña: San Juan Bautista de la Ribera de Londres, Catamarca, de verdad. La desenterraron unos arqueólogos que, además de dejarla linda para que la visiten los viajeros, cuentan su historia, que es como las que les gustan a los intrépidos.

Que por la aukaipata pedregosa del Shincal se pasean a diario sombras de ausencia. En los días buenos, flotan recuerdos orgullosos de un esplendor lejano. También tienen sus días tristes: entonces los lamentos que exhalan marchitan los sunchos que se desparraman por el valle y llenan de escalofríos a quienes por ahí transitan.

El río corre como entonces, por épocas, y lleva en su cauce lágrimas y metales pesados, secuelas de la derrota histórica. La de Juan Chelemín, ahorcado y descuartizado en plena plaza. La de las minas de cielo abierto que exprimen a Catamarca su mineral más precioso, que no es el oro sino el agua.

Foto: vano de una kallanka del Shincal, perteneciente a licor de mandarina, en flickr.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Casilda, por Juanito

El tipo llegó a Casilda y se adueñó. Caminó sus calles, agotó sus vinos, saboreó sus carnes, entonó sus chamamés, injurió a sus mujeres. Despertó más odios que amores, y esa noche recurre a su conciencia como emblema de un oscuro pasado.

Aun hoy en las peñas evocan aquella en la que terminó ciego, transportado, bajo el eje delantero de un Falcon verde. Los resabios de su dolor todavía infectan la vera de la ruta, los pasillos de la Facultad de Veterinaria y la ética ciudadana. Recuerda y llora. Recuerda y muere.

Despertó en la Terminal, despojado de memoria y -por carácter transitivo- de humanidad. Atravesado por una intensa dualidad existencial, apretó con fuerza el boleto que algún bueno había metido en el bolsillo de su pantalón, tragó saliva y dispuso, una vez más, su regreso.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Purmamarca, por Duar

Juan, el Negro, viajó todo el camino hacia la Quebrada doblado y acurrucado en el fondo del asiento del viejo renault 12. Descompuesto del todo, un poco por el desayuno a las apuradas –un vaso de leche fría y dos galletitas dulces- y otro tanto por la altura y la sinuosidad de la ruta 9, que se abre paso por la yunga salto-jujeña, entre la densísima vegetación que todo lo cubre, las curvas imposibles del camino y los metros que asciende raudamente, casi sin darle tiempo a uno –y mucho menos al pobre Negro– de aclimatarse. Aquí el inventario de los síntomas: primero se le taparon los oídos y le bajó la presión, y más tarde su estómago decidió, unilateralmente, que todo lo que había bajado subiera.

Así llegó a San Salvador de Jujuy, donde la parada de reaprovisionamiento le permitió aclimatarse un poco y echar algo al gañete, y así emprendió el camino a Purmamarca del todo recompuesto. A partir de entonces, su estado de ánimo le permitió disfrutar de los paisajes de mil colores y el milagroso tránsito de la vegetación extrema –plantas que crecen sobre otras plantas– a la aridez de la prepuna.

Cuando llegamos al mirador de los siete colores, bajó entusiasmadísimo a sacar una foto al famoso cerro. Ahí se topó con la vieja de la caja que, entre copla y copla, le exigió unas monedas en concepto de redistribución forzosa de la riqueza:

—Dale porteñito —le dijo, insistente, mientras se colaba en todas las fotos —a vos las monedas te sobran y podrías dejarme un poquito a mí.

martes, 23 de septiembre de 2008

La Rioja, por Duar

Hay ciudades que merecen mejor suerte, digo yo. Me parece una cosa rejodida, una total injusticia, lo que le pasa a La Rioja, que es tan linda, tan colonial, tan roja; la recuerdo toda en color terracota, con sus calles estrechas y las otras calles de tierra que van a dar al canal.

Es un atropello lo que se comete con La Rioja: no conozco a nadie que vaya de vacaciones o planee mudarse por esos pagos, ni siquiera para andar cerca de la maravilla de Talampaya, o Corona del Inca, que quedan en la misma provincia al menos. No, hasta para ir a Talampaya paran en San Juan, que suena más pujante, más a Cuyo y menos a Noroeste, qué se yo.

Lástima que no conozco a nadie en La Rioja, como para tener donde parar, tomar una siestita o una cerveza, esperar una brisita o tostarme al sol; no conozco a nadie y siempre la tengo que ver de pasada: atravesar el arco de entrada a la ciudad, dar una vueltita a la plaza y buscarlo a Menem por todos lados, para fajarlo o para preguntarle por qué nos jodió tanto y por qué, encima de todo, le dio esa mala fama, pobrecita La Rioja, que siempre fue chiquita y pobre pero digna.

domingo, 21 de septiembre de 2008

La Cumbrecita, por Juanito

Dirán que se trata de un asentamiento de inmigrantes alemanes, pero fui yo quien inventó La Cumbrecita.

Fue mi presencia la que levantó sierras de colores, arroyos transparentes y peces parlantes. Mi percepción construyó caminos fantasma, pendientes abismales y cascadas murmurantes. Mis ojos le dieron entidad a los más maravillosos arco iris que se hayan formado en cualquier rincón del mundo, y el rozar de mis dedos dotó de suavidad a pinos de cien metros de altura que esconden castillos y cuevas profundísimas, protectoras de tesoros invaluables y dragones tricéfalos.

Mis sueños dibujaron caballos gigantezcos y gente feliz.

Fue sí la naturaleza la que, celosa de mi creación, nos mandó una tormenta de granizo cuando andábamos de caminata allá por La Olla, a varios kilómetros del hotel. Mi hermanita me miraba y rogaba: -Hacé aparecer una tapera.

Mapa: Marcelo Lancellotta y Diego Vidal

miércoles, 17 de septiembre de 2008

San Miguel de Tucumán, por Juanito

De San Miguel conozco, básicamente, su infraestructura en materia de transporte. Apenas descendí en la estación de trenes me subí a un colectivo de línea que me depositó en la Terminal de Ómnibus. Una vez ahí, una lluvia despiadada me cerró las puertas de la ciudad, condenándome a ocho horas de espera en el lugar, hasta la partida del micro hacia Tilcara.

Sede de la primera de las que serían miles de escobas de quince que casi siempre ganó Ignacio y de unos espectaculares mates con el inconfundible sello del amigo Frosty, la Terminal de San Miguel fue, además, testigo de la redacción de los renglones que encabezan el diario del viaje, relato de ruta.

Largamos. No sé con certeza a dónde estoy yendo. Cuando a punto estamos de atravesar una villa miseria, saliendo de Rosario, la voz del tren ofrece una idea: “Por favor, señores pasajeros, cierren las ventanillas”. Por cierto, Fa, ya te extraño.

martes, 16 de septiembre de 2008

Merlo, por Duar

Durante muchos años la seguiremos llamando “La cerveza perfecta”.

El sol se iba con el día, para el oeste del valle de Conlara. Bajábamos por la empinada Avenida del Sol en bicicletas de alquiler que venían sin freno, sin cambios y sin horquilla. Para festejar el suceso de la no-muerte y el milagro del no-accidente, paramos en un bar que prometía un atardecer de antología. Más que un bar, parecía un concesionario de autos: una construcción moderna, de paredes de vidrio y columnas de acero que se elevaban varios metros por encima de nuestras cabezas; una bajada en escaleras hasta la calle y en cada descanso lo esencial: mesita, sillita y sombrillita de Quilmes. Nos dejamos vencer por la tentación y abandonamos la insana idea de bajar unos kilitos por una mucho más atractiva: aumentarlos.

Así fue como nos pusimos en manos del mozo-mago-dios que destapó el elixir con un movimiento de samurai y lo vertió en sendos vasos de tragos largos, escarchados e impolutos, sin derramar una gota, en las proporciones indicadas de espuma y líquido que lo hacían irresistible a la vista.

Coronó su actuación con un acto de vanidad: dos centímetros y medio de burbujeo para mí y unos palitos salados que eran una delicia.

La cerveza perfecta, y nada más que agregar.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Rosario II, por Juanito

¿Cuál es el sentido de arreglarlo?, si en una semana, dos a lo sumo, con la próxima tormenta, volverá a estar como ahora, sino peor..., reflexiona el burócrata, de mal día, desde la ventana de la oficina.

El maquinista no entiende razones y sigue trabajando, dale que te dale con su pala mecánica, y su tronar insulta a todo el barrio.

¿Qué estarán haciendo estos?, se pregunta el pescador urbano que, a falta de metálico, le arranca sus vituallas a la desembocadura del arroyo Ludueña.

El tiempo no parece funcionar en Zona Norte. Todo es presente, pasado y futuro, un remolino indescifrable de coordenadas difusas y cansancio y políticas a la vez antiguas y novedosas.

¿Cuál es el sentido, entonces?, reflexiona el burócrata, si en una semana, o un mes a lo sumo, con la próxima tormenta, volverá a estar como ahora, sino peor...

viernes, 12 de septiembre de 2008

Puerto Madryn, por Duar


Ser un completo extraño en una ciudad completamente extraña para uno. Dijo el Intrépido a Madryn: “mucho gusto, con tu permiso” y se dedicó a caminarla a lo largo de toda la tarde. Charlaron los dos, en un día muy soleado para la playa y demasiado ventoso para la sombra. Le leyó un poco de Argumedo y le convidó a Bunbury desde el mp3. Puerto Madryn, por su parte, le regaló paisajes de aguas claras y tranquilas y una vista de la ciudad desde mar adentro, desde el fondo del puerto.

Las aguas de Madryn son mansas y claras porque las ataja el Golfo Nuevo. En esa calma reposan las ballenas francas durante medio año, dedicadas al amor y al jugueteo y al jugueteo del amor entre los botes de alquiler y los lujosos transatlánticos.

La vista de la ciudad desde el agua y las ballenas son todo lo que el turista quiso ver. El intrépido se aventuró más allá: quiso e intentó averiguar, infructuosamente, qué se escondía detrás de las casas grises, más allá de la costanera. Tragó mucha arena antes de resolver el enigma.

Encontró la respuesta en los obreros y las doncellas que respectivamente construyen y atienden los hoteles de la ciudad. De ellos anotó en su cuaderno: “Vienen de muy lejos, muy al norte. Llevan años trabajando acá. Jamás vieron una ballena”.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Fighiera, por Juanito

Muchas motos y más bicicletas merodeaban incesantes alrededor de la plaza de Fighiera, que como sucede en cada pueblo argentino, está cercada por la Municipalidad, la escuela y la capilla.

Una Navidad más ahí, pero es la última que voy a misa, advertí. Los venticuatro-de-diciembre funcionaban como el último y delgado hilo que me ligaba a la Iglesia. El próximo pasaría directo a la cena familiar, sin simulacro religioso mediante.

Más o menos lo de siempre: todos felices, todos sonrientes, todos amigos. Como si nadie tuviese la culpa de nada, diría Mafalda.

Diferente era el cura: jovencito, mirada profunda, barba descuidada. Recién llegado desde vaya a saber uno dónde, le tocaba la complicada misión de reemplazar a un párroco cuyo discurso había conformado durante años la conciencia de la feligresía.

En el templo, un nervioso murmullo evidenciaba la lógica expectativa que devino de la novedad. Pero de arranque se anularía toda posibilidad de idilio: a la hora del sermón tuvo el atrevimiento de denunciar las desigualdades sociales del país, en un día que debería ser pura alegría, rezongaron escandalizadas las señoras.

jueves, 4 de septiembre de 2008

La Plata III, por Duar

Yo la esperaba media hora antes y por la dirección contraria. La imaginaba más serena y menos mágica. Llegó en bici y empezó a robarme con tres o cuatro frases entre matadoras y malsanas: -¿con vos me tenía que encontrar?– de que te la das pendeja; -odio a la gente que no viste en composé– y qué carajo significará composé; y la lista de regalos de sus tías y abuelas para la navidad que se venía, en dos o tres días nomás: unas bombachas y unos jabones, y qué le vas a hacer, ya fue, no porque sean grandes sino porque siempre fueron y serán canutas.

Por suerte yo estaba todo de celeste y la tardecita de verano me había caído de mil maravillas, así que me tomé esa serie de espontáneas confesiones lo más mansamente posible.

Ella se cuenta el cuento de que es tremendamente irresistible o increíblemente perseverante y que lo primero que pensó fue en presentarme a una amiga; se ríe de si misma y de todo lo que pasó esa tarde y todas las que le siguieron. Yo no le discuto demasiado esas explicaciones, por más inverosímiles que suenen.

Pero tengo mi versión:

Cuando ella se acercó a la Placita y se bajó de la bici, las flores del paraíso, desparramadas en el suelo, me contaron una historia.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Villa Gesell II, por Duar

Al intrépido le calzaron un cascabel al cuello y quedó para siempre domesticado. De a poco, alternativamente disfrutando y sufriendo sabores y sinsabores de ya no ser uno, le fue tomando el tiempo a la vida de casado.

Así abandonó el desafío a los sentidos que le proponía el agreste paisaje del Norte y se dejó llevar a las playas del sur, a vacacionar como pequeño burgués.

Juntos, gato y cascabel, encontraron la forma de hacer coexistir gustos y disgustos que marcaban a priori diferencias irreconciliables. Pensaron que el amor era un juego dialéctico y hallaron la síntesis perfecta en las picadas de Toby’s. Y en las pizzas de Toby’s. Y en las increíblemente deliciosas cervezas que sirven en Toby’s, que nunca fueron menos de tres.

Al intrépido lo privaron, esa noche, del premio. Al volver al departamento, le birlaron el postre.

-Me debe haber caído mal el agua, perdoname. Y hasta mañana.-

domingo, 24 de agosto de 2008

Tanti, por Juanito

El inexperto andaba medio perdido, aturdido por el alcohol y los excesivos estímulos visuales y auditivos. No sabía bien cómo acercarse, mucho menos qué decir, y ni hablar si había que ir más allá.

Pero no se podía quedar quieto, ella lo miraba, y hasta un novato como él podía advertir que algo de insinuación había en esos ojos chocolate. Juntó agallas y se aproximó con pasos que pretendieron ser decididos pero cuyo temblequeo desenmascaró el pico más alto de nerviosismo que había experimentado en su existencia.

- ¿Estás sola?- balbuceó como pudo.

- No, estoy con mi novio- respondieron los ojos oscuros, mirando para otro lado con cruel frialdad.

Agachó la cabeza y, algo deprimido, pegó media vuelta decidido a pasar atornillado a la barra lo que restaba de noche hasta que sus amigos, de mejor suerte, lo buscaran para volver a la casa incrustada en la serranía.

Pero cuando andaba por la tercera o cuarta botella, sorpresivamente lo tomaron de la mano y sin mediar palabra lo metieron a las apuradas en un escondite en el que el inexperto descubrió que había mucho más detrás de esos hermosos ojos chocolate.

martes, 19 de agosto de 2008

Intihuasi, por Duar

La gruta de Intihuasi es una caverna natural situada en las serranías de la provincia de San Luis, en el centro de Argentina. Se llega esquivando los baches de la ruta que la une con la capital provincial, una cinta que ni demarcada está, pero te deja justo en la entrada. Una vez que entrás, sos oficialmente un hombre de las cavernas. La gruta te provee de cobijo en las tormentas y refugio contra depredadores, que son nada menos que feroces tigres de dientes de sable.

De esto no había noticias hasta que Ameghino anduvo por ahí excavando; recién ahí se supo algo. Después fue Rex González, apasionado por las crónicas de Ameghino, y confirmó sus sospechas: que la cueva rebalsaba de historia grande, como la llama Kusch, y de historias mínimas. Excavó un poco y publicó que la cueva tenía restos de actividad de, por lo menos, seismil años atrás. Cerró los ojos y se imaginó al hombre que recién comenzaba a pensar el mundo y se asustaba; el mundo lo agredía y el se defendía como podía. Para eso se asociaba con otros hombres y creaba las primeras herramientas.

Yo lo leí a Alberto y me mandé para San Luis sin pensarlo. Recorrí la cueva de pe a pa y no encontré vestigios de actividad humana.

-Todo lo que había acá se lo llevaron para La Plata- me explicó el señor que cuida la entrada.

viernes, 15 de agosto de 2008

San Carlos de Bariloche, por Juanito

Visitar Bariloche, sobre todo cuando uno transita la niñez, es descubrir un universo mágico. El lugar parece sacado de un cuento: las casitas alpinas, la nieve cubriéndolo todo, algún San Bernardo ornamental con un barrilito colgando del cogote y la esperanza, viva hasta el último minuto de estadía, de ver a la versión argentina del monstruo del Lago Ness emerger furioso de las aguas del Nahuel Huapi.

La ciudad, porción de una Patagonia turística levantada sobre pueblos aplastados por la Campaña del Desierto, se vende al viajero como un reino encantador, y esconde la historia bajo la alfombra de las periferias.

Mis viejos necesitaban un descanso del mundo real y nos llevaron para allá. Pero en algún momento entre excursiones, esquí y chocolates, el mundo real golpeó desde la radio del auto: la Asociación Mutual Israelita Argentina, en Buenos Aires, sufría un atentado devastador.

Consternados, casi a las corridas, nos metimos en un bar con tele para enterarnos mejor del asunto. Pero el aparato estaba ocupado por un resumen del recién finalizado Mundial de Estados Unidos, que no pudimos dejar de disfrutar.

lunes, 11 de agosto de 2008

Ciudad Autónoma de Buenos Aires II, por Duar

La 9 de Julio de Buenos Aires, es uno de esos lugares que hace sentir pequeña a la gente; no por nada es la avenida más ancha del mundo. Los recursos que históricamente privaron a La Quiaca de comida, al Chaco de escuelas y a la Patagonia de viviendas, se destinan a lavarle la cara a éste y otros suntuosos paseos, para que algunos gobernantes y ciertos ciudadanos ilustres puedan darse el gusto de llamar a estos pagos “la París Sudamericana”.

A los hombres les gusta empequeñecerse ante la majestuosidad de sus grandes obras: pirámides o puentes, murallas, canales, puertos o avenidas. Deberían probar la indescriptible sensación de paralizarlo todo, de ser la piedra en el zapato del gigante.

Ciento veinte colectivos mantienen cortado el trayecto que une la estación de Constitución con la Avenida de Mayo y sólo militantes políticos se atreven a recorrerla. Está vedado el tránsito a todo aquel que no vaya al acto en La Plaza.

Tranquilo hermano, que somos ochenta mil marchando a vérnoslas con estos oligarcas.

viernes, 8 de agosto de 2008

Villa Gesell, por Juanito.

-¿Golpearon la puerta?- El narigón, ya entrado en copas, dudaba de la eficacia de sus sentidos.

Sin dar tiempo a que le contestasen, abrió. Y apareció Alicia. Con un porro en una mano y un whisky en la otra. Y una pinta de haber estado castigándose desde temprano que ni les cuento. Por unos segundos sólo se escuchó el cansino aleteo de un ventilador de techo que advertía estar en sus últimas. El reflejo de la luz de un auto que pasaba afuera le iluminó el rostro, desencajado, duro.

Subestimando la siniestra imagen, hicieron pasar a la visita y la invitaron a la mesa creyendo que podrían divertirse a costa suya un rato, hasta acabar las botellas y partir de joda.

Pero uno no se ríe de Alicia, Alicia se ríe de uno. Y cuando ella se ofreció entera y ellos la rechazaron entre burla y carcajada, desataron su ira. Concentrada, casi poseída, se volvió a vestir y regresó a su casa en este barrio de la otra Gesell, la escondida, pero no sin antes, en una lengua extraña, dejar caer una conjura sobre los que se habían hecho los vivos.

Volvieron del boliche entrada la mañana, ojerosos y desalineados. No terminaron de pisar el comedor que notaron que alguien había estado ahí, y que sus pertenencias ya no.

Corrieron furiosos hasta lo de Alicia que ahora, convertida en toda una dama, tendiendo lenta, hipnóticamente la ropa, se limitaba a negar con la cabeza, haciendo como si no los conociera.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Chascomús II, por Duar


Ángel se calzó su chaleco térmico y apretó fuerte los cordones de sus abrigados zapatos de cuero. Alisó su pelo, se colgó los anteojos y revisó los implementos para la faena: las lombrices, cuidadosamente seleccionadas entre las que abundan en los canteros del patio; caña y riel, facilitados por el vendedor que se acercó con su accesible plan de pagos; anzuelo, cuchillo, teléfono y demás enseres.

Chocho el hombre con la visita de su hija y su yerno desde La Plata. Todo presto para divertirse de lo lindo viéndolo al susodicho lanzando la línea a las tranquilas aguas de la laguna.

Ni bien salieron de la casa se enfrentaron con el rigor del viento y la llovizna pero, tenaces, bien dispuestos, enfilaron hacia el muelle. Ahí, padre e hija explicaron el procedimiento al neófito acompañante; acto seguido le endilgaron la responsabilidad y se frotaron las manos ante el inminente fracaso, con papelón incluido, del yerno.

Las cosas se dieron más o menos como preveían: el susodicho no terminó lastimado gracias a la providencia, pero sus toscos movimientos e inseguridad los habían muñido de una buena cantidad de anécdotas para la vuelta. Ahora, de pescados, ni noticias.

Ángel, el suegro, no se mostraba sorprendido: tiempo después confesó que fue suyo el silencioso y providencial silbido, que ordena a los peces aparecer o esconderse, según amerite la ocasión.

sábado, 2 de agosto de 2008

Roldán, por Juanito

A pesar de la tenaz insistencia de sus cofrades, el dueño de las riendas consideró que el perrito debía quedarse abajo, así como estaba, zigzagueando con audacia entre las ruedas del sulky que se dirigía a toda velocidad hacia el mercado.

Saliendo de la quinta, tomaron por la segunda calle de tierra hacia la izquierda. Por ahí avanzaron hasta toparse con un eucalipto solitario, y enfilaron hacia donde se veían unas chozas a medio construir o a medio desplomarse. Al llegar a ellas, según les habían dicho, se asomaría Roldán en el horizonte.

Al pecoso se lo veía especialmente preocupado, revisando a cada instante que los reflejos del can siguieran asegurándole la existencia.

-Va a estar bien...- lo tranquilizaba el chofer.

Y estuvo bien, hasta que no estuvo más. Los castigados caminos de la zona le jugaron una mala pasada al animal: cayó en un pozo demasiado profundo para sus patas amarretas y la pesada rueda del carruaje no lo perdonó. Entregó un agónico chillido, una mirada desesperanzada y salió disparado, desapareciendo para siempre entre las malezas de un terreno baldío.

Los muchachitos, en silencio, pegaron media vuelta, jurándose que jamás se mencionaría el asunto.

jueves, 31 de julio de 2008

La Plata II, por Duar


Desde atrás del mostrador no atinaba a hacer nada; sólo salía para cumplir la mecánica rutina de conseguir, destapar, servir y cobrar. Espiaba, tímidamente, la figura del Señor Carlos G. -habitación 214, una twin- que se recortaba entre las tenues luces del bar del Hotel Diamante.

De tanto en tanto, Carlos sacaba la nariz del vaso y profería algún juicio terminante acerca de la vida o el futuro, y me aterrorizaba un poco.

Así me fui enterando. Estaba viviendo en el hotel desde algunos meses. Era mendocino y divorciado. Sus hijos –dos varones, adolescentes, allá en Cuyo- lo odiaban. Y él solo quería terminar con el trabajo de mierda que lo tenía preso a mil kilómetros de su casa, en una ciudad donde llueve para el derroche y crecen árboles en las macetas vacías.

-Tanta crueldad –decía- en Mendoza se vive ahorrando agua: hay que bañarse apurado, lavar mal el auto, regar pocas plantas y hacer milagros con los baldes para dejar presentable la vereda-.

-La vida es una mierda, pibe- me dijo, mientras rebotaba contra las paredes del pasillo que lo conducían a su celda.

sábado, 26 de julio de 2008

La Paya del Calchaquí, por Duar

Ando por este valle hermoso
Buscando huellas del olvido
Huellas que no se han de borrar
Porque las pisan los indios.

Bagualas del Tucumán, Tafí del Valle.
Grito en el Cielo, compilado de Coplas y Bagualas de Leda Valladares.


En La Paya los rayos del sol pegaban perpendicularmente en el suelo. Y no tocaban ni acariciaban: pegaban fuerte y dotaban a todo de un contraste extraño, entre colores ocres y sombras negrísimas. O tal vez eran mis ojos que no podían abrirse del todo.

La Paya ya no existe. Hoy en día es ruina de un importantísimo tambo incaico, que incluía una casa morada para el Inca. Estaba comunicada con el imperio por el famoso Capacñam*, que aparece y desaparece como un fantasma al costado de la Ruta 40.

Las grandes rocas que una vez trabaron perfectos pircados son hoy parte de la fachada de la iglesia que le se construyó en la puerta de entrada. Hicieron una iglesia, con las piedras del inca, y la emplazaron bien al frente, a la vista de todos, para que a nadie se le escape que en este valle mandan los blancos. Los buenos. Los limpios. Los trabajadores. Los cultos.

De los otros queda, todavía, mucho. Pateando por La Paya se descubre, sin mucho esfuerzo, alfarería, utensilios y restos de una civilización que pereció en el Gran Genocidio Americano.

*El camino del Inca, che.

viernes, 25 de julio de 2008

Cañada Rosquín, por Juanito

Cañada Rosquín es uno de esos pueblos que en un principio giraron alrededor del ferrocarril, después alrededor la industria, y que ahora ya casi no giran más, a excepción de los sojistas, que de tanto girar se marean.

Nunca pude sentirme parte del lugar. Las desconfiadas miradas de los locales me aseguraban que podría permanecer allí meses, incluso años, que jamás saldría de mi situación de extraño, hasta de intruso.

Así que decidí recluirme jornadas enteras dentro de los confines del Hotel de la Cañada, manejado por Neder y Héctor, alguna vez forasteros como yo, pero que asombrosamente habían logrado -quizá sin proponérselo- incorporarse al paisaje rosquinense sin desentonar.

Comencé siendo una simpática visita, pero al poco tiempo me convertí en un estorbo difícil de despertar y que pedía sandwiches de salame y queso a cualquier hora. Sospecho que si no me echaron fue gracias a mi generosa promesa de todos los días: “mañana limpio la pileta”.

miércoles, 23 de julio de 2008

Embarcación, por Duar.

El impenetrable comienza a hacerse notar: a ambos lados de la ruta, el frondoso bosque es solo la fachada que tapa los cañaverales. Imponentes plantaciones de azúcar, con ejemplares de una altura equivalente a tres hombres parados unos encima de otros; tan pegados entre si que hasta al aire que respiramos se le complica para pasar. Impenetrable, lo que se dice impenetrable, son las cañas y las púas y un poco las tranqueras. En realidad lo que atravesamos es la mal llamada zona de Yungas: Güemes, Ledesma, el Parque Nacional Calilegua, luego Pichanal y finalmente Embarcación: Portal del Chaco Salteño, como reza en el oxidado cartel que algún milagro mantiene en pie a un lado de la Ruta 34.

Hacía mucho que no andaba esa ruta. Me acuerdo de chico, a bordo de un Renault 12 que llegaba pidiendo permiso y perdón. Empecé a acordarme con las subidas y bajadas del camino, con el “agarrate el pupo” de mamá. Al pupo hay que agarrarlo porque sinó se te escapa. A mamá se le escapó el pueblo además del pupo; queriéndose escapar ella, terminó volviendo solo para rezar muertos y contarnos como fue: como fue que se perdió todo, como es que casi nada queda.

lunes, 21 de julio de 2008

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por Juanito

¡Le tiró una baldosa por la cabeza! ¡Una piedrotota de este tamaño, loco! Y la gente miraba al pasar, como si nada, como si estuviese -es que debe estar- acostumbrada a episodios semejantes. Si le llega a pegar lo manda para el otro lado, así nomás te lo digo.

Ni hablar. ¡Y no sólo un Rivotril! ¡Agregale un porro y un polvo! ¡Todos los días antes de salir de sus casas! ¡No puede ser! ¡Es una jungla! ¡Nerviosos andan, apurados, siempre a punto de estallar!

Yo te digo una cosa: las comparaciones serán odiosas y todo lo que vos quieras, pero de ahora en adelante, cada vez que el ritmo de Rosario me supere, me tomo un tren y me mando para Capital por unos días. Cuando vuelva, me voy a sentir en Tralasierra.

sábado, 19 de julio de 2008

Oaxaca, por José Elías * **

“La alborada” tiene más de cuarenta años de atender al sediento. Apurar una copa en este sitio, es un equivalente a beber cuatro en cualquier otro, la generosidad de los empleados, desde la primera visita, denota que no les tiembla la mano al escanciar sobre el vaso una buena porción de licor; no hay engaño con los hielos, tres cuartas partes de un receptáculo garantizan que pasarán cinco rondas a lo mucho, antes de irse bien servido a disfrutar de la familia. Es obligatoria la partida hacia el hogar, debido a que es un “botanero”, se abre a las diez de la mañana, en horario corrido hasta las nueve de la noche, compartiendo apenas unas pocas horas menos con el de la escuela secundaria y preparatoria que está justo al frente. Uno puede preguntarse cómo es que se autorizó una licencia de cantina, al estar compartiendo la acera con la educación y futuro de nuestro México querido; respuesta concedida: en Oaxaca todavía se respeta el derecho de antigüedad.

*José Elías Bautista Rosete postea como invitado.
** Está editado, es parte de una cronicota.

miércoles, 16 de julio de 2008

Torquinst, por Duar.

Eran unos pendejos de mierda, lindos –lindísimos-; de lo más educaditos los soretes. Él siempre limpio, peinado raya al costado, cinturón y camisa por dentro del pantalón; ella, la típica princesa: dos trencitas, vestido floreado y zapatos negros.

Cuando las vacas los vieron venir pensaron de inmediato: Qué pendejos de mierda. No les importó lo pitucos que estaban; sospecharon de la actitud pícara, de la sonrisa maligna que escondían.

Pero no tenían como escapar, siquiera defenderse: estaban apelotonadas en un camión jaula, estacionado a la sombra, en el playón de una estación de servicio, allá en Torquinst.

Y los chotitos juntaron piedritas –piedritas chiquitas, como las que cabrían en manos chiquitas-, y las arrojaron al camión jaula –a las vacas.

Las vacas hicieron una estampida. Que, encerradas en un camión jaula como estaban, significa que se apretaron medio centímetro más contra el extremo opuesto del acoplado, opuesto a donde estaban los jodiditos.

Pero una vaca, que no era más vieja pero si un poco más viva que las demás, la vio venir a la mamá y se tranquilizó. -Enhorabuena -pensó, quizás. Porque enseguida la mamá les dijo a los pendejitos que la esperen, que se iba a buscar una soga para atarlos a un árbol y cagarlos bien a pedraditas.


Y no, no tengo foto :)

viernes, 11 de julio de 2008

Valcheta, por Natalia

Cacas de moscas dibujaban vías lácteas en la vidriera. En la del almacén adonde su padre comerciaba fiambres con un hombre panzón. El rebusque del viajante que sale de la capital a los pueblos los días sábados.

Llegado el momento, olfatearía la caja con galletitas sueltas bañadas en chocolate.
Era la esperanza de los viajes polvorientos entre olor a mortadela y gasoil.
En uno de esos, ella manejaría por primera vez. Y los registros dicen que no hubo alguna otra.
Ante la propuesta se animaría. Claro, no iba a ser cobarde ante el jefe. Pero cuando en la cabina tendría el control en sus manos... Presentiría las toscas bajo las ruedas y los cachetes de culos apretados al otro lado de la palanca...
Las respiraciones que ararían surcos en la tierra suspendida...
Todo dependió de sus manos. Y no quiso más.
Se fue para el costado aleteando por encima de otras seis piernas. Dicen que no tuvo que usar la sonrisa.
Asi fue que se conformó con lo que tenía más a mano.
Cerca del mediodía tocaba visitar al señor en camiseta que vendía las galletitas más ricas que todo.

A cuatro manos las dos.
Las gargantas atascadas por el picoteo.
Y en la vereda que el viento las alcanzaba por los pelos y les dejaba semillitas entierradas.
Sólo la grasa vacuna de aquella salsa marrón suavizaba. Claro, a veces. Cuando tocaba la parte de la galletita con el chorreón.

jueves, 10 de julio de 2008

Mar del Plata, por Juanito

Tengo la clave para disfrutar Mar del Plata: andarla a contramano.

Evitarla en enero y en lo posible no sondear el centro. Pasar los días respirando el infinito Bosque Peralta Ramos y asomarse a las playas del sur recién cuando anochece y presentan una cara renovada, siempre virgen otra vez.

Nada de casinos ni boliches ni centros comerciantes. Mate, reposera y lluvia. Silencios.

¡Atención! Los silencios de Mar del Plata se contentan de ser escuchados y susurran una ciudad surrealista sólo a los privilegiados que le escapan al barullo turístico. Conozco un médano fantasma donde sucede; también a pies de un pino en calle Atahualpa. Abundan esos pequeños templos, se encuentran con sólo intuir que existen.

miércoles, 9 de julio de 2008

El Volcán, por Duar.

Aquí no es.
Aquí tampoco.
Siga adelante.
No recibimos visitas.
Y no llamamos a nadie.

Así le dio la espalda Volcán al viajero, cuando mendigaba un techo. Nuestro héroe primero rió por los pintorescos carteles artesanales, tan coloridos, que se ubicaban en los portones de las todavía más pintorescas casas de Volcán. De tanto mirar al suelo y reír, y mirar al cielo y reír, aprehendió el paisaje: un cielo plomizo, pesado y gris, rozando la punta de cerros verdes de frondosa vegetación; todo enmarcado en una densa bruma, el barro pesado de las calles y el sonido del río chapoteando abajo.

Entonces golpeó las manos y le fue señalado un cartel: Acá menos. Su fe en la especie humana, de por si ínfima, dejó de existir. De porfiado nomás, casi enajenado ya, fue a lo seguro: se plantó en la puerta de una hostería, dispuesto a pelear por una habitación en ese pueblo de payasos crueles y jodidos. No hubo caso: delatado por su cabellera enmarañada y la mugre bajo las uñas sufrió un nuevo desaire: no había lugar para él.

Indignado con su suerte, viró 180 grados totalmente decidido a entregarle el corazón al siguiente pueblo que le abriera las puertas. No anduvo mucho hasta encontrarse.

lunes, 7 de julio de 2008

Santiago de Chile, por Eduardo Galeano*

Santiago de Chile muestra, como otras ciudades latinoamericanas, una imagen resplandeciente. A menos de un dólar por día, legiones de obreros le lustran la máscara.

En los barrios altos, se vive como en Miami, se vive en Miami, se miamiza la vida, ropa de plástico, comida de plástico, gente de plástico, mientras los vídeos y las computadoras se convierten en las perfectas contraseñas de la felicidad.

Pero cada vez son menos estos chilenos, y cada vez son más los otros chilenos, los subchilenos: la economía los maldice, la policía los corre y la cultura los niega.

Unos cuantos se hacen mendigos. Burlando las prohibiciones, se las arreglan para asomar bajo el semáforo rojo o en cualquier portal. Hay mendigos de todos los tamaños y colores, enteros y mutilados, sinceros y simulados: algunos en la deseperación total, caminando a la orilla de la locura, y otros luciendo caras retorcidas y manos tembleques por obra de mucho ensayo, profesionales admirables, verdaderos artistas del buen pedir.

En plena dictadura militar, el mejor de los mendigos chilenos era uno que conmovía diciendo:

—Soy civil.

*Eduardo Galeano postea como invitado.
"Crónica de la Ciudad de Santiago" es parte de "El libro de los Abrazos".

viernes, 4 de julio de 2008

San Fernando del Valle de Catamarca, por Duar

La fiesta entraba limpia y clara por el balcón del cuarto piso del Ancasti. Las narices pegadas al vidrio se resignaban a esconderse bajo el percal de 180 hilos de las sábanas del hotel.

Una agitada y por demás breve tarde los había paseado por todo lo que hay para ver en San Fernando del Valle de Catamarca y alrededores; la habían caminado al ras, al calor de la siesta: las calles angostas, los amplios portones y las vidrieras del centro. La habían visto de arriba, trepando por el Portezuelo, mientras el sol se escondía detrás de los Andes.

Ahora, que la podían disfrutar de verdad, la apretada agenda del viaje al Norte les imponía otra realidad. Y se les escapaba la gente y la fiesta en la plaza.

Pero llegaron los amigos en banda y gritaron, agitando los brazos desde la vereda.
Y mientras daban las doce, con el sol iluminando algún punto del Pacífico, descubrieron que la noche de Catamarca era demasiado joven para morir.

miércoles, 2 de julio de 2008

La Plata, por Natalia

Perderme me encanta, después de vos.

Conocí La Plata hace ocho años, meses antes de ingresar a la facultad.
En la tarde salí a caminar e inauguré mi forma de conocer la ciudad. Me perdí.
Encaré sin más para el Bosque...Y me dije:
-Siguiendo la numeración, me voy a guiar y voy a volver bien.

Pero allí la numeración desaparece. Las otras referencias también.
Y caminé. Caminé. Caminé.
Hasta que la luz por entre las ramas se anaranjó.
Me empecé a escurrir por entre los árboles.
Y salí tentando el Bosque por atrás. Rodeé el Hipódromo y de ahí por diagonal 80.

Sin saber que vivías cerca de donde pasé.
Y que después me perdería en vos.

Me perdí y no pregunté ¿por orgullo? No, porque me gustó.
Por eso alguna vez también me perdí de vos. Y siempre en vos.

martes, 1 de julio de 2008

City Bell, por Carlos*

Caen una gotas y el inconfundible olor a tierra mojada me trasporta, esté donde esté, a mi ciudad natal. No me la disfraces, ni me la dibujes; no es olor a ozono, es olor a lluvia y a tierra mojada. ¡Si estás igual! -dice la publi- y en mi memoria eso ocurre. Estás tan bella y agreste como siempre, aunque ya no tengas calles de tierra. Tan simple y única, aunque estés tan atestada de autos que decidieron darte un solo sentido de circulación. Tan tranquila y familiar, aunque por tu vía principal ya no circula más el micro para que los peatones puedan recorrer tus miles de comercios.

Y no me vengan con cuentos que todo te queda lejos, porque ahora todos van a vos para poner su sucursal top. Y ya sé, no está el viejo almacén, ni el kiosco de la esquina. Tampoco la vinería, y el banco cambió de dueño. Ya no estoy yo, no están ellos, no están las cosas que viven en los recuerdos de los que te conocimos antes, como estarán en los que te conocen ahora, dentro de unos años.

Bienvenidos a City Bell

*Carlos postea como invitado.

sábado, 28 de junio de 2008

Villa Urquiza, por Juanito

Nacía un problema: ninguno de nosotros tenía la más remota idea de cómo cocinar una raya. Preguntando aquí y allá conseguimos la dirección de una señora que nos ayudaría.

Tenía tantos años como la ciudad, quizá como el país y, efectivamente, sabía qué hacer con el bicho. Nos pidió que esperemos un momento, pasen si quieren, es cosa de un minuto; desapareció de la habitación.

Acto automático de quien ha sido dejado solo en casa ajena, me interesé por las imágenes. En especial me llamó la atención una de la vieja a pies del Monumento al Estibador. Ambos lucían orgullosos de un puerto ahora muerto, desafiando a rostro firme la violencia del viento y el tiempo.

Irrumpió súbitamente secándose las manos con el delantal, reptó hasta el aparador y sacó una cuchilla enorme, filosa, amenazante.

- ¿Quién fue el pescador?- indagó mirando de reojo, siempre encorvada.

Fui señalado.

- ¡Asasino!- estalló la anciana acercándose a la raya.

Y cada diez segundos, mientras cercenaba: - ¡Asasino! ¡Asasino!- con esa espada, ahora cubierta en sangre; con ese rostro cada vez más raído, interpelándome.

Todos reían, nerviosos; ella a carcajadas. Yo me consideraba hombre muerto.

Foto: www.flickr.com

viernes, 27 de junio de 2008

Valeria del Mar, por Duar.

Pedro soñaba con los pies metidos en el mar. Mientras el vaivén de las olas le enterraba los dedos en la arena, él soñaba. Los pies se enterraban en Valeria y la cabeza le volaba por San Juan, por el Norte, por el Sur. Pedro siempre sueña y esa es su mayor virtud. La segunda es hacer todo lo posible para cumplir todos esos sueños. Pé hablaba mientras se hacía de noche, y nosotros lo escuchábamos entre el silbido del viento y el romper de las olas en la lejanía.

Pedro, soñador de sueños imposibles, pescador de hazañas, decía que quería ponerse un hotel en algún lado; un hotelito donde pudiera trabajar mientras lo disfrutaba. Hablaba de préstamos y sociedades, de la factibilidad del negocio. De un hotel de arena que no se volaba con el viento, porque estaba hecho de trabajo y de alegría.

Ju y yo lo mirábamos encantados hasta que, asustados, volvimos a cruzar las miradas, porque los sueños de Pedro comenzaban a tomar forma y se dibujaban con trazos dorados en el horizonte. Flotaban como hologramas, con total naturalidad y a la vista de todo el mundo.

Sus vecinos, más acostumbrados, sólo atinaban a negar con la cabeza y pensar “¡cómo sueña este muchacho!”.

jueves, 26 de junio de 2008

Ringuelet, por Gabo*

La mayoría de las veces que hablo de mi barrio me acusan: Pero ¿Eso es La Plata? Cuando era chico contestaba con un triste "Si...”, medio enojado, como si me estuviesen marginando. Sé que los mayores no lo hacían con esa intención, pero cuando intuían mi enojo profundizaban un poco más en el tema: Pero ¿No tienen otro código postal? Y si se llama Ringuelet ¿No deja de ser La Plata?

Siempre pensaba lo mismo: ¿Por qué no le irán a preguntar al viejo Ludueña? Él siempre tenia una respuesta para todo; y claro, si estaba en el barrio desde el tiempo que las personas transitaban a caballo las calles ahora pavimentadas. Jorge se sentaba en la esquina, sobre una gran piedra -que nadie sabe como habrá llegado ahí- y, mate en mano, vigilaba la plaza esperando que algún oído se acerque a escuchar una de sus tan conocidas anécdotas.

La misma plaza en la que hoy solo quedan dos tablas en el tobogán y una vieja hamaca que se queja en soledad.

*Gabo postea como invitado, se ve que la propuesta de la nostalgia caló hondo :)

martes, 24 de junio de 2008

Viedma, por Natalia


Yo que lloraba porque quería ir a la escuela un día de lluvia.
Y mi mamá que lloraba porque yo no tenía campera para ir a la escuela un día de lluvia.

Pero respiró hondo los mocos. Se subió a una silla y sacó una caja de arriba del ropero. Salí para la escuela con el ponchito de lana marrón que picaba en el cuello y que tenía dos borlitas que le colgaban.

Asi que ese fue mi primer contacto con el capitalismo. Cuando en los inicios del menemato viviamos los seis en una piecita por dos mangos. Recién llegados los seis a Viedma, desde Real del Padre, un pueblo rural de Mendoza.

Ese día mis compañeros algo deben haber dicho, pero yo me sentía de lo más contenta porque la seño me subió a upa. Yo los miraba desde arriba y ella les dijo que yo tenía ponchito porque no era de Viedma. Que yo era de un lugar donde se usaban los ponchitos.

Pobre mi mamá, que no entendía de exotismos.

lunes, 23 de junio de 2008

Granadero Baigorria, por Juanito

Consideró que disponía de unos segundos para pensar el próximo movimiento. Levantó la vista, agudizó la mirada en busca de un compañero libre, y le pegó fuerte a la pelota, que cruzó el cerco que delimita los dominios de la Liga Baigorriense y dio a parar junto a las patas chuecas de una inmutable vaca que, a falta de pastura, lamía una lata vacía de duraznos en almíbar en el rancho lindero.

Insultos, resignación, alguna carcajada desde afuera de la cancha. Mano Negra FC pierde 3 a 0, en una nueva demostración de “fútbol caos”.

Pero a él le pareció descifrar una burlona sonrisa disimulada en el rostro extraviado del raquítico animal. Fuera de sí, cruzó los límites del campo de juego y saltó el alambrado ante los atónitos pibes sentados a puertas de la ajada tapera. Lejos de atinar a detener al invasor, permanecieron quietos, atentos, expectantes.

- ¡Vaca de mierda! ¿De qué te reís?

Los alaridos -que enmascaraban algo de llanto- poco alteraron la indiferente actitud de la vaca, que ahora dejaba la lata de duraznos al advertir una cáscara de banana a metros del despoblado gallinero.

Hecho el descargo, pegó media vuelta, presto a regresar. Desde la lejanía, se asomaba una inconfundible tarjeta roja.


jueves, 19 de junio de 2008

Salta, por Duar

Cuando el modesto cartel emplazado al costado de la ruta advierte “SALTA”, uno tiende a desestimar los indicios y seguir despreocupado su camino, cuesta arriba, hacia el portezuelo. Cuando la ciudad estalla con sus trazados luminosos y la sombra de los cerros proyectándose hacia su interior, el viajero entiende todo: Salta es la linda, la más linda, y el oxidado cartel a la vera del camino contiene una advertencia para desoír, para poder ignorarla y que la ciudad nos sorprenda con su grito orgulloso de existencia. Estoy acostumbrado a intercambiar miradas cómplices con el viejo cartel y dejarme sorprender por Salta.

Cuando bajo, juego a perderme entre los próceres y los garcas que dan nombre a las calles del centro, y a encontrarme con una mirada gracias a las luces del cerro San Bernardo. Me gusta caminar entre los arcos de la calle Caseros, donde germinan a la sombra los despojos humanos que van dejando los Cornejo, Saravia, Romero y Ulloa, en sus eternas alternancias al mando del feudo.

De 2001 a esta parte los inviernos traen a Salta hojas secas y euros frescos, y se puso de moda ocultar cualquier síntoma de revuelta social: los turistas podrían jurar que de noche suenan tiros y corridas en la Plaza 9 de Julio, que amanece limpia cuando había anochecido abarrotada de gente, bombos y pancartas.

martes, 10 de junio de 2008

Iruya, por Duar.

Son correcaminos,
Tercos,
Que van hacia el abismo

Como el Rey de los Intrépidos.


Arrancar para el lado de Iruya conlleva una serie de advertencias y presagios que se multiplican cuando se agrega el condimento de que el viaje se va a hacer en auto. Los que saben, avisan que el camino está lleno de trampas y que no es viaje para hacer en una tarde. Pero el intrépido viajero no se ha hecho la fama por huirle a los retos y a las amenazas.

Y acepta el desafío de Iruya, la sinuosa propuesta del camino que sube y curvea de lo lindo, y regala paisajes de caracoles imposibles, cerros que se desarman en el páramo puneño en arcos que se entierran como las raíces del baobab. El camino a Iruya es cuesta arriba, siempre arriba, y desaparece entre mil huellas que se cruzan, en el lecho de un río pedregoso y agitado, en los ojos inquietos que se resisten a permanecer sobre la ruta.

Y no se espanta cuando ve que Iruya aparece frente a sus ojos, colgando de la montaña, ni al ver que sus pobladores juegan al fútbol en canchas pedregosas, donde la pelota no dobla: se va derecho al abismo y se pierde al fondo de la quebrada.

Pero no abusa de su suerte: llega hasta la explanada de la capilla y gira sobre sus talones hasta apreciar el paisaje por completo. Examina con cuidado la oferta del camino: las calles toscas y pedregosas que siguen subiendo terminan por desalentarlo y regresa por donde vino, con las manos vacías y la sensación firme y persistente de que no ha visto ni comprendido, ni se ha llevado nada: nada de nada.

lunes, 9 de junio de 2008

Hernandarias, por Juanito


Y un buen día un turista pescó un pez-pollo en Hernandarias. La noticia no tardó en salpicar toda la costa, y hasta se impuso como tema de conversación entre los escépticos parroquianos que almorzaban en el histórico muelle flotante devenido en restaurant.

El pescador, que no le había dado demasiada importancia al asunto, permaneció la tarde entera lanzando una y otra vez su línea al Paraná, forcejeando con algún anzuelo enganchado, y recibiendo a los curiosos que anhelaban un vistazo a la exótica presa. Se acercaron desde cada rincón del pueblo, sobre todo las mentes que todavía aceptaban un pez-pollo: mucho pie descalzo, sonrisa gigante y ojito brilloso.

A la mañana siguiente pegamos la vuelta. Saliendo de la posada, el viejo colectivo emprendió la marcha y se encaminó hacia la ruta. Instantes más tarde, quedaron atrás el río con sus incontables islas, el muelle flotante, la torre de la iglesia, el matadero…

Foto: www.hernandarias.gov.ar

sábado, 31 de mayo de 2008

Baradero, por Duar.

Cuando vi los ojos de la señora-tanque a través de la persiana presentí lo peor. Todavía no había visto el camisón beige, tan parecido a una cortina de baño; ni su cuerpo redondo y voluminoso balancearse como un péndulo al compás del roce de las chinelas contra el gastado contrapiso del zaguán.

Yo tenía apenas 16 años y sostenía una mira alta, altísima y pesada; el sol que pegaba de frente, de lleno en los ojos, que mantenía fijos en la figura de mi viejo. Estaba desesperado, rogando que agitara su brazo haciéndome saber que ya había tomado lectura y me podía ir de ahí. Recordaba el río y sus destellos brillando sobre la ventana de la habitación del hotel, y su curso serpenteante, su playa de suave gramilla verde en un cálido atardecer de febrero.

Barrio pobre de Baradero, calle de tierra flanqueada por sauces y zanjas de aguas espumosas, sobrevoladas por mosquitos de engorde. Tres de la tarde, una hora para que abra la despensa y pueda comprar algo para echarme al gañete. Y la señora se acerca a paso lento y decidido. -¡Nene…! Nene, vos, decime una cosa: ¿para qué están midiendo? ¿Van a asfaltar? Asfaltan todas las calles menos la nuestra acá… ¿Cómo que no sabés? ¿Me estás tomando el pelo vos?

La voz, exactamente como la imaginaba: el timbre irritante de señora gritona, gorda y gritona y preguntona. Retumbaba en mi cabeza desde antes de oírla por primera vez, desde que alcancé a verla parpadeando ansiosa, mientras peleaba por acostumbrarse a la luz del sol que pegaba de lleno en su ventana, como pegaba en mi cejo fruncido.

Una mirada rápida a la señora-tanque y a su cortina de baño, y una mirada esperanzada a mi viejo. Una sonrisa aliviada.

-No sé señora, soy de La Plata, no se ni me importa…


Foto: www.baradero.com

jueves, 29 de mayo de 2008

Funes, por Juanito

Me topé por primera vez con lo crudo del capitalismo cuando mis abuelos decidieron vender nuestra casa de Funes. Porque en la escritura habrá figurado a nombre de mi nono, pero era nuestra, de toda la familia.

Años han pasado, pero mucho pende aún de Funes.

Funes son los mimos de mi abuela. Son las calles de tierra que rara vez sienten el pisoteo de un auto. Es tener que recorrer dos kilómetros con la única compañía de la vía del tren cada vez que se necesita algo del almacén del pueblo. Funes es aprender a andar en bici, quedarse despierto hasta tarde y hacerle goles a mi viejo, el mejor arquero del mundo.

El futuro llegó a Funes, despachando al tren, a las calles de tierra, a los dos kilómetros, al almacén.

Por mi lado, me quedan los mimos de mi abuela, y el fútbol con mi viejo, aunque ahora me cuesta mil veces más hacerle un gol, y eso que ha caído varios puestos en el ranking.

lunes, 26 de mayo de 2008

Alta Gracia, por Duar

Por Alta Gracia anduve en 2005. Fue cosa de horas, menos que un fin de semana, con la excusa de unas visitas y otros trámites que la tía abuela de Ju tenía que hacer por allá. Fueron 16 horas de viaje y cerca de 32 de estadía.

Cuando se me pasó esa emoción de bobo que me da cuando el camino sube y baja un poquito, reparé en lo que Alta Gracia me ofrecía: las montañas que asoman a su espalda y una incógnita: esa torre que, solita, da la hora desde la orilla de Tajamar. Desde la plaza, el sol juega a desparramar colores mientras se esconde detrás de la arquitectura magnífica que los Jesuitas le regalaron a la ciudad para que se escape a otro tiempo cada vez que se aburre del ruido del centro altagracense. Los Jesuitas dejaron además un dique en pleno centro y un obraje, antecedente histórico de los talleres textiles que hoy en día explotan bolivianos en el Once.

Alta Gracia dejó para mí apenas una noche; un paseo y el juego favorito de los enamorados: un ratito abrazado a su cintura en el banco de una plaza, a la luz de un farol que nos espantaba el ganado miedo a la oscuridad.

viernes, 23 de mayo de 2008

Rosario, por Juanito

Al menos un hombre lloró esta mañana en Rosario: se llama Daniel, es medio petiso y vive en la calle.

El frío matinal se reflejaba perfecto en un charco de agua acumulada en la bocacalle de la esquina de Rioja y Alvear.

Quizá lloraba porque llovía, y se mojaba; talvez a pesar de ello.

Me paré a esperar el 102, el mismo desvencijado e impuntual que cada día me lleva al trabajo.

- ¿Tiene hora, señor?- me preguntó.

Puede que llorase por el pasado, pero no podría descartar que fuera por el futuro, o el presente.

- Las seis y media- respondí levantando un poco la voz para hacerme escuchar entre el murmullo de una ciudad que empezaba a moverse.

- Muchas gracias.

Sacó una hoja de papel prolijamente doblada del bolsillo, y lo poco que quedaba de un lápiz. Se secó una lágrima con la manga de su saco, y comenzó a escribir:

“Cómo te extraño, María…”

No pude ver como seguía, había llegado mi colectivo.

Chascomús, por Duar.

El paseo por Chascomús tiene sólo un par de citas obligadas; el resto es para echarse panza arriba. Es así nomás: hay que pasar por la Plaza; que tiene la Catedral, el Teatro y la casa de los Alfonsín. A lo sumo la vieja estación o la iglesia de los negros.

Chascomús, cuna de orgullosos federales. Los Libres del Sur muestran sus tradiciones y su argentinidad a flor de piel en cada esquina: el nombre de sus calles ilustra el progresismo de la generación del 80 y su adoquinado guarda ecos de antiguos carruajes que descansan en el Museo Pampeano.

El aire familiar, entrador y picarón de los cincuentones que se saludan en cada esquina tiene su institución en El Reino de la Amistad: un chascarrillo que se transformó en fiesta de la ciudad, de la mano de los parroquianos de un viejo bar.

Chascomús, tierra fértil de la Pampa, guardó en su cálido humus la semilla de mi media naranja: así llegué un una tarde de sol, para hacer esas tres o cuatro cositas: la plaza, los museos, Alfonsín… y disfrutar de un atardecer peronista tomando mate en la Laguna.