sábado, 2 de agosto de 2008

Roldán, por Juanito

A pesar de la tenaz insistencia de sus cofrades, el dueño de las riendas consideró que el perrito debía quedarse abajo, así como estaba, zigzagueando con audacia entre las ruedas del sulky que se dirigía a toda velocidad hacia el mercado.

Saliendo de la quinta, tomaron por la segunda calle de tierra hacia la izquierda. Por ahí avanzaron hasta toparse con un eucalipto solitario, y enfilaron hacia donde se veían unas chozas a medio construir o a medio desplomarse. Al llegar a ellas, según les habían dicho, se asomaría Roldán en el horizonte.

Al pecoso se lo veía especialmente preocupado, revisando a cada instante que los reflejos del can siguieran asegurándole la existencia.

-Va a estar bien...- lo tranquilizaba el chofer.

Y estuvo bien, hasta que no estuvo más. Los castigados caminos de la zona le jugaron una mala pasada al animal: cayó en un pozo demasiado profundo para sus patas amarretas y la pesada rueda del carruaje no lo perdonó. Entregó un agónico chillido, una mirada desesperanzada y salió disparado, desapareciendo para siempre entre las malezas de un terreno baldío.

Los muchachitos, en silencio, pegaron media vuelta, jurándose que jamás se mencionaría el asunto.

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