jueves, 31 de julio de 2008

La Plata II, por Duar


Desde atrás del mostrador no atinaba a hacer nada; sólo salía para cumplir la mecánica rutina de conseguir, destapar, servir y cobrar. Espiaba, tímidamente, la figura del Señor Carlos G. -habitación 214, una twin- que se recortaba entre las tenues luces del bar del Hotel Diamante.

De tanto en tanto, Carlos sacaba la nariz del vaso y profería algún juicio terminante acerca de la vida o el futuro, y me aterrorizaba un poco.

Así me fui enterando. Estaba viviendo en el hotel desde algunos meses. Era mendocino y divorciado. Sus hijos –dos varones, adolescentes, allá en Cuyo- lo odiaban. Y él solo quería terminar con el trabajo de mierda que lo tenía preso a mil kilómetros de su casa, en una ciudad donde llueve para el derroche y crecen árboles en las macetas vacías.

-Tanta crueldad –decía- en Mendoza se vive ahorrando agua: hay que bañarse apurado, lavar mal el auto, regar pocas plantas y hacer milagros con los baldes para dejar presentable la vereda-.

-La vida es una mierda, pibe- me dijo, mientras rebotaba contra las paredes del pasillo que lo conducían a su celda.

sábado, 26 de julio de 2008

La Paya del Calchaquí, por Duar

Ando por este valle hermoso
Buscando huellas del olvido
Huellas que no se han de borrar
Porque las pisan los indios.

Bagualas del Tucumán, Tafí del Valle.
Grito en el Cielo, compilado de Coplas y Bagualas de Leda Valladares.


En La Paya los rayos del sol pegaban perpendicularmente en el suelo. Y no tocaban ni acariciaban: pegaban fuerte y dotaban a todo de un contraste extraño, entre colores ocres y sombras negrísimas. O tal vez eran mis ojos que no podían abrirse del todo.

La Paya ya no existe. Hoy en día es ruina de un importantísimo tambo incaico, que incluía una casa morada para el Inca. Estaba comunicada con el imperio por el famoso Capacñam*, que aparece y desaparece como un fantasma al costado de la Ruta 40.

Las grandes rocas que una vez trabaron perfectos pircados son hoy parte de la fachada de la iglesia que le se construyó en la puerta de entrada. Hicieron una iglesia, con las piedras del inca, y la emplazaron bien al frente, a la vista de todos, para que a nadie se le escape que en este valle mandan los blancos. Los buenos. Los limpios. Los trabajadores. Los cultos.

De los otros queda, todavía, mucho. Pateando por La Paya se descubre, sin mucho esfuerzo, alfarería, utensilios y restos de una civilización que pereció en el Gran Genocidio Americano.

*El camino del Inca, che.

viernes, 25 de julio de 2008

Cañada Rosquín, por Juanito

Cañada Rosquín es uno de esos pueblos que en un principio giraron alrededor del ferrocarril, después alrededor la industria, y que ahora ya casi no giran más, a excepción de los sojistas, que de tanto girar se marean.

Nunca pude sentirme parte del lugar. Las desconfiadas miradas de los locales me aseguraban que podría permanecer allí meses, incluso años, que jamás saldría de mi situación de extraño, hasta de intruso.

Así que decidí recluirme jornadas enteras dentro de los confines del Hotel de la Cañada, manejado por Neder y Héctor, alguna vez forasteros como yo, pero que asombrosamente habían logrado -quizá sin proponérselo- incorporarse al paisaje rosquinense sin desentonar.

Comencé siendo una simpática visita, pero al poco tiempo me convertí en un estorbo difícil de despertar y que pedía sandwiches de salame y queso a cualquier hora. Sospecho que si no me echaron fue gracias a mi generosa promesa de todos los días: “mañana limpio la pileta”.

miércoles, 23 de julio de 2008

Embarcación, por Duar.

El impenetrable comienza a hacerse notar: a ambos lados de la ruta, el frondoso bosque es solo la fachada que tapa los cañaverales. Imponentes plantaciones de azúcar, con ejemplares de una altura equivalente a tres hombres parados unos encima de otros; tan pegados entre si que hasta al aire que respiramos se le complica para pasar. Impenetrable, lo que se dice impenetrable, son las cañas y las púas y un poco las tranqueras. En realidad lo que atravesamos es la mal llamada zona de Yungas: Güemes, Ledesma, el Parque Nacional Calilegua, luego Pichanal y finalmente Embarcación: Portal del Chaco Salteño, como reza en el oxidado cartel que algún milagro mantiene en pie a un lado de la Ruta 34.

Hacía mucho que no andaba esa ruta. Me acuerdo de chico, a bordo de un Renault 12 que llegaba pidiendo permiso y perdón. Empecé a acordarme con las subidas y bajadas del camino, con el “agarrate el pupo” de mamá. Al pupo hay que agarrarlo porque sinó se te escapa. A mamá se le escapó el pueblo además del pupo; queriéndose escapar ella, terminó volviendo solo para rezar muertos y contarnos como fue: como fue que se perdió todo, como es que casi nada queda.

lunes, 21 de julio de 2008

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por Juanito

¡Le tiró una baldosa por la cabeza! ¡Una piedrotota de este tamaño, loco! Y la gente miraba al pasar, como si nada, como si estuviese -es que debe estar- acostumbrada a episodios semejantes. Si le llega a pegar lo manda para el otro lado, así nomás te lo digo.

Ni hablar. ¡Y no sólo un Rivotril! ¡Agregale un porro y un polvo! ¡Todos los días antes de salir de sus casas! ¡No puede ser! ¡Es una jungla! ¡Nerviosos andan, apurados, siempre a punto de estallar!

Yo te digo una cosa: las comparaciones serán odiosas y todo lo que vos quieras, pero de ahora en adelante, cada vez que el ritmo de Rosario me supere, me tomo un tren y me mando para Capital por unos días. Cuando vuelva, me voy a sentir en Tralasierra.

sábado, 19 de julio de 2008

Oaxaca, por José Elías * **

“La alborada” tiene más de cuarenta años de atender al sediento. Apurar una copa en este sitio, es un equivalente a beber cuatro en cualquier otro, la generosidad de los empleados, desde la primera visita, denota que no les tiembla la mano al escanciar sobre el vaso una buena porción de licor; no hay engaño con los hielos, tres cuartas partes de un receptáculo garantizan que pasarán cinco rondas a lo mucho, antes de irse bien servido a disfrutar de la familia. Es obligatoria la partida hacia el hogar, debido a que es un “botanero”, se abre a las diez de la mañana, en horario corrido hasta las nueve de la noche, compartiendo apenas unas pocas horas menos con el de la escuela secundaria y preparatoria que está justo al frente. Uno puede preguntarse cómo es que se autorizó una licencia de cantina, al estar compartiendo la acera con la educación y futuro de nuestro México querido; respuesta concedida: en Oaxaca todavía se respeta el derecho de antigüedad.

*José Elías Bautista Rosete postea como invitado.
** Está editado, es parte de una cronicota.

miércoles, 16 de julio de 2008

Torquinst, por Duar.

Eran unos pendejos de mierda, lindos –lindísimos-; de lo más educaditos los soretes. Él siempre limpio, peinado raya al costado, cinturón y camisa por dentro del pantalón; ella, la típica princesa: dos trencitas, vestido floreado y zapatos negros.

Cuando las vacas los vieron venir pensaron de inmediato: Qué pendejos de mierda. No les importó lo pitucos que estaban; sospecharon de la actitud pícara, de la sonrisa maligna que escondían.

Pero no tenían como escapar, siquiera defenderse: estaban apelotonadas en un camión jaula, estacionado a la sombra, en el playón de una estación de servicio, allá en Torquinst.

Y los chotitos juntaron piedritas –piedritas chiquitas, como las que cabrían en manos chiquitas-, y las arrojaron al camión jaula –a las vacas.

Las vacas hicieron una estampida. Que, encerradas en un camión jaula como estaban, significa que se apretaron medio centímetro más contra el extremo opuesto del acoplado, opuesto a donde estaban los jodiditos.

Pero una vaca, que no era más vieja pero si un poco más viva que las demás, la vio venir a la mamá y se tranquilizó. -Enhorabuena -pensó, quizás. Porque enseguida la mamá les dijo a los pendejitos que la esperen, que se iba a buscar una soga para atarlos a un árbol y cagarlos bien a pedraditas.


Y no, no tengo foto :)

viernes, 11 de julio de 2008

Valcheta, por Natalia

Cacas de moscas dibujaban vías lácteas en la vidriera. En la del almacén adonde su padre comerciaba fiambres con un hombre panzón. El rebusque del viajante que sale de la capital a los pueblos los días sábados.

Llegado el momento, olfatearía la caja con galletitas sueltas bañadas en chocolate.
Era la esperanza de los viajes polvorientos entre olor a mortadela y gasoil.
En uno de esos, ella manejaría por primera vez. Y los registros dicen que no hubo alguna otra.
Ante la propuesta se animaría. Claro, no iba a ser cobarde ante el jefe. Pero cuando en la cabina tendría el control en sus manos... Presentiría las toscas bajo las ruedas y los cachetes de culos apretados al otro lado de la palanca...
Las respiraciones que ararían surcos en la tierra suspendida...
Todo dependió de sus manos. Y no quiso más.
Se fue para el costado aleteando por encima de otras seis piernas. Dicen que no tuvo que usar la sonrisa.
Asi fue que se conformó con lo que tenía más a mano.
Cerca del mediodía tocaba visitar al señor en camiseta que vendía las galletitas más ricas que todo.

A cuatro manos las dos.
Las gargantas atascadas por el picoteo.
Y en la vereda que el viento las alcanzaba por los pelos y les dejaba semillitas entierradas.
Sólo la grasa vacuna de aquella salsa marrón suavizaba. Claro, a veces. Cuando tocaba la parte de la galletita con el chorreón.

jueves, 10 de julio de 2008

Mar del Plata, por Juanito

Tengo la clave para disfrutar Mar del Plata: andarla a contramano.

Evitarla en enero y en lo posible no sondear el centro. Pasar los días respirando el infinito Bosque Peralta Ramos y asomarse a las playas del sur recién cuando anochece y presentan una cara renovada, siempre virgen otra vez.

Nada de casinos ni boliches ni centros comerciantes. Mate, reposera y lluvia. Silencios.

¡Atención! Los silencios de Mar del Plata se contentan de ser escuchados y susurran una ciudad surrealista sólo a los privilegiados que le escapan al barullo turístico. Conozco un médano fantasma donde sucede; también a pies de un pino en calle Atahualpa. Abundan esos pequeños templos, se encuentran con sólo intuir que existen.

miércoles, 9 de julio de 2008

El Volcán, por Duar.

Aquí no es.
Aquí tampoco.
Siga adelante.
No recibimos visitas.
Y no llamamos a nadie.

Así le dio la espalda Volcán al viajero, cuando mendigaba un techo. Nuestro héroe primero rió por los pintorescos carteles artesanales, tan coloridos, que se ubicaban en los portones de las todavía más pintorescas casas de Volcán. De tanto mirar al suelo y reír, y mirar al cielo y reír, aprehendió el paisaje: un cielo plomizo, pesado y gris, rozando la punta de cerros verdes de frondosa vegetación; todo enmarcado en una densa bruma, el barro pesado de las calles y el sonido del río chapoteando abajo.

Entonces golpeó las manos y le fue señalado un cartel: Acá menos. Su fe en la especie humana, de por si ínfima, dejó de existir. De porfiado nomás, casi enajenado ya, fue a lo seguro: se plantó en la puerta de una hostería, dispuesto a pelear por una habitación en ese pueblo de payasos crueles y jodidos. No hubo caso: delatado por su cabellera enmarañada y la mugre bajo las uñas sufrió un nuevo desaire: no había lugar para él.

Indignado con su suerte, viró 180 grados totalmente decidido a entregarle el corazón al siguiente pueblo que le abriera las puertas. No anduvo mucho hasta encontrarse.

lunes, 7 de julio de 2008

Santiago de Chile, por Eduardo Galeano*

Santiago de Chile muestra, como otras ciudades latinoamericanas, una imagen resplandeciente. A menos de un dólar por día, legiones de obreros le lustran la máscara.

En los barrios altos, se vive como en Miami, se vive en Miami, se miamiza la vida, ropa de plástico, comida de plástico, gente de plástico, mientras los vídeos y las computadoras se convierten en las perfectas contraseñas de la felicidad.

Pero cada vez son menos estos chilenos, y cada vez son más los otros chilenos, los subchilenos: la economía los maldice, la policía los corre y la cultura los niega.

Unos cuantos se hacen mendigos. Burlando las prohibiciones, se las arreglan para asomar bajo el semáforo rojo o en cualquier portal. Hay mendigos de todos los tamaños y colores, enteros y mutilados, sinceros y simulados: algunos en la deseperación total, caminando a la orilla de la locura, y otros luciendo caras retorcidas y manos tembleques por obra de mucho ensayo, profesionales admirables, verdaderos artistas del buen pedir.

En plena dictadura militar, el mejor de los mendigos chilenos era uno que conmovía diciendo:

—Soy civil.

*Eduardo Galeano postea como invitado.
"Crónica de la Ciudad de Santiago" es parte de "El libro de los Abrazos".

viernes, 4 de julio de 2008

San Fernando del Valle de Catamarca, por Duar

La fiesta entraba limpia y clara por el balcón del cuarto piso del Ancasti. Las narices pegadas al vidrio se resignaban a esconderse bajo el percal de 180 hilos de las sábanas del hotel.

Una agitada y por demás breve tarde los había paseado por todo lo que hay para ver en San Fernando del Valle de Catamarca y alrededores; la habían caminado al ras, al calor de la siesta: las calles angostas, los amplios portones y las vidrieras del centro. La habían visto de arriba, trepando por el Portezuelo, mientras el sol se escondía detrás de los Andes.

Ahora, que la podían disfrutar de verdad, la apretada agenda del viaje al Norte les imponía otra realidad. Y se les escapaba la gente y la fiesta en la plaza.

Pero llegaron los amigos en banda y gritaron, agitando los brazos desde la vereda.
Y mientras daban las doce, con el sol iluminando algún punto del Pacífico, descubrieron que la noche de Catamarca era demasiado joven para morir.

miércoles, 2 de julio de 2008

La Plata, por Natalia

Perderme me encanta, después de vos.

Conocí La Plata hace ocho años, meses antes de ingresar a la facultad.
En la tarde salí a caminar e inauguré mi forma de conocer la ciudad. Me perdí.
Encaré sin más para el Bosque...Y me dije:
-Siguiendo la numeración, me voy a guiar y voy a volver bien.

Pero allí la numeración desaparece. Las otras referencias también.
Y caminé. Caminé. Caminé.
Hasta que la luz por entre las ramas se anaranjó.
Me empecé a escurrir por entre los árboles.
Y salí tentando el Bosque por atrás. Rodeé el Hipódromo y de ahí por diagonal 80.

Sin saber que vivías cerca de donde pasé.
Y que después me perdería en vos.

Me perdí y no pregunté ¿por orgullo? No, porque me gustó.
Por eso alguna vez también me perdí de vos. Y siempre en vos.

martes, 1 de julio de 2008

City Bell, por Carlos*

Caen una gotas y el inconfundible olor a tierra mojada me trasporta, esté donde esté, a mi ciudad natal. No me la disfraces, ni me la dibujes; no es olor a ozono, es olor a lluvia y a tierra mojada. ¡Si estás igual! -dice la publi- y en mi memoria eso ocurre. Estás tan bella y agreste como siempre, aunque ya no tengas calles de tierra. Tan simple y única, aunque estés tan atestada de autos que decidieron darte un solo sentido de circulación. Tan tranquila y familiar, aunque por tu vía principal ya no circula más el micro para que los peatones puedan recorrer tus miles de comercios.

Y no me vengan con cuentos que todo te queda lejos, porque ahora todos van a vos para poner su sucursal top. Y ya sé, no está el viejo almacén, ni el kiosco de la esquina. Tampoco la vinería, y el banco cambió de dueño. Ya no estoy yo, no están ellos, no están las cosas que viven en los recuerdos de los que te conocimos antes, como estarán en los que te conocen ahora, dentro de unos años.

Bienvenidos a City Bell

*Carlos postea como invitado.