La 9 de Julio de Buenos Aires, es uno de esos lugares que hace sentir pequeña a la gente; no por nada es la avenida más ancha del mundo. Los recursos que históricamente privaron a La Quiaca de comida, al Chaco de escuelas y a la Patagonia de viviendas, se destinan a lavarle la cara a éste y otros suntuosos paseos, para que algunos gobernantes y ciertos ciudadanos ilustres puedan darse el gusto de llamar a estos pagos “la París Sudamericana”.
A los hombres les gusta empequeñecerse ante la majestuosidad de sus grandes obras: pirámides o puentes, murallas, canales, puertos o avenidas. Deberían probar la indescriptible sensación de paralizarlo todo, de ser la piedra en el zapato del gigante.
Ciento veinte colectivos mantienen cortado el trayecto que une la estación de Constitución con la Avenida de Mayo y sólo militantes políticos se atreven a recorrerla. Está vedado el tránsito a todo aquel que no vaya al acto en La Plaza.
Tranquilo hermano, que somos ochenta mil marchando a vérnoslas con estos oligarcas.
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