martes, 10 de junio de 2008

Iruya, por Duar.

Son correcaminos,
Tercos,
Que van hacia el abismo

Como el Rey de los Intrépidos.


Arrancar para el lado de Iruya conlleva una serie de advertencias y presagios que se multiplican cuando se agrega el condimento de que el viaje se va a hacer en auto. Los que saben, avisan que el camino está lleno de trampas y que no es viaje para hacer en una tarde. Pero el intrépido viajero no se ha hecho la fama por huirle a los retos y a las amenazas.

Y acepta el desafío de Iruya, la sinuosa propuesta del camino que sube y curvea de lo lindo, y regala paisajes de caracoles imposibles, cerros que se desarman en el páramo puneño en arcos que se entierran como las raíces del baobab. El camino a Iruya es cuesta arriba, siempre arriba, y desaparece entre mil huellas que se cruzan, en el lecho de un río pedregoso y agitado, en los ojos inquietos que se resisten a permanecer sobre la ruta.

Y no se espanta cuando ve que Iruya aparece frente a sus ojos, colgando de la montaña, ni al ver que sus pobladores juegan al fútbol en canchas pedregosas, donde la pelota no dobla: se va derecho al abismo y se pierde al fondo de la quebrada.

Pero no abusa de su suerte: llega hasta la explanada de la capilla y gira sobre sus talones hasta apreciar el paisaje por completo. Examina con cuidado la oferta del camino: las calles toscas y pedregosas que siguen subiendo terminan por desalentarlo y regresa por donde vino, con las manos vacías y la sensación firme y persistente de que no ha visto ni comprendido, ni se ha llevado nada: nada de nada.

1 comentario:

VidrioColor dijo...

Me mata la facilidad que tenés de transportar a los lectores exactamente al lugar que querés...
Un beso enorme :)