viernes, 11 de julio de 2008

Valcheta, por Natalia

Cacas de moscas dibujaban vías lácteas en la vidriera. En la del almacén adonde su padre comerciaba fiambres con un hombre panzón. El rebusque del viajante que sale de la capital a los pueblos los días sábados.

Llegado el momento, olfatearía la caja con galletitas sueltas bañadas en chocolate.
Era la esperanza de los viajes polvorientos entre olor a mortadela y gasoil.
En uno de esos, ella manejaría por primera vez. Y los registros dicen que no hubo alguna otra.
Ante la propuesta se animaría. Claro, no iba a ser cobarde ante el jefe. Pero cuando en la cabina tendría el control en sus manos... Presentiría las toscas bajo las ruedas y los cachetes de culos apretados al otro lado de la palanca...
Las respiraciones que ararían surcos en la tierra suspendida...
Todo dependió de sus manos. Y no quiso más.
Se fue para el costado aleteando por encima de otras seis piernas. Dicen que no tuvo que usar la sonrisa.
Asi fue que se conformó con lo que tenía más a mano.
Cerca del mediodía tocaba visitar al señor en camiseta que vendía las galletitas más ricas que todo.

A cuatro manos las dos.
Las gargantas atascadas por el picoteo.
Y en la vereda que el viento las alcanzaba por los pelos y les dejaba semillitas entierradas.
Sólo la grasa vacuna de aquella salsa marrón suavizaba. Claro, a veces. Cuando tocaba la parte de la galletita con el chorreón.

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