Me topé por primera vez con lo crudo del capitalismo cuando mis abuelos decidieron vender nuestra casa de Funes. Porque en la escritura habrá figurado a nombre de mi nono, pero era nuestra, de toda la familia.
Años han pasado, pero mucho pende aún de Funes.
Funes son los mimos de mi abuela. Son las calles de tierra que rara vez sienten el pisoteo de un auto. Es tener que recorrer dos kilómetros con la única compañía de la vía del tren cada vez que se necesita algo del almacén del pueblo. Funes es aprender a andar en bici, quedarse despierto hasta tarde y hacerle goles a mi viejo, el mejor arquero del mundo.
El futuro llegó a Funes, despachando al tren, a las calles de tierra, a los dos kilómetros, al almacén.
Por mi lado, me quedan los mimos de mi abuela, y el fútbol con mi viejo, aunque ahora me cuesta mil veces más hacerle un gol, y eso que ha caído varios puestos en el ranking.
jueves, 29 de mayo de 2008
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