miércoles, 16 de julio de 2008

Torquinst, por Duar.

Eran unos pendejos de mierda, lindos –lindísimos-; de lo más educaditos los soretes. Él siempre limpio, peinado raya al costado, cinturón y camisa por dentro del pantalón; ella, la típica princesa: dos trencitas, vestido floreado y zapatos negros.

Cuando las vacas los vieron venir pensaron de inmediato: Qué pendejos de mierda. No les importó lo pitucos que estaban; sospecharon de la actitud pícara, de la sonrisa maligna que escondían.

Pero no tenían como escapar, siquiera defenderse: estaban apelotonadas en un camión jaula, estacionado a la sombra, en el playón de una estación de servicio, allá en Torquinst.

Y los chotitos juntaron piedritas –piedritas chiquitas, como las que cabrían en manos chiquitas-, y las arrojaron al camión jaula –a las vacas.

Las vacas hicieron una estampida. Que, encerradas en un camión jaula como estaban, significa que se apretaron medio centímetro más contra el extremo opuesto del acoplado, opuesto a donde estaban los jodiditos.

Pero una vaca, que no era más vieja pero si un poco más viva que las demás, la vio venir a la mamá y se tranquilizó. -Enhorabuena -pensó, quizás. Porque enseguida la mamá les dijo a los pendejitos que la esperen, que se iba a buscar una soga para atarlos a un árbol y cagarlos bien a pedraditas.


Y no, no tengo foto :)

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