sábado, 28 de junio de 2008

Villa Urquiza, por Juanito

Nacía un problema: ninguno de nosotros tenía la más remota idea de cómo cocinar una raya. Preguntando aquí y allá conseguimos la dirección de una señora que nos ayudaría.

Tenía tantos años como la ciudad, quizá como el país y, efectivamente, sabía qué hacer con el bicho. Nos pidió que esperemos un momento, pasen si quieren, es cosa de un minuto; desapareció de la habitación.

Acto automático de quien ha sido dejado solo en casa ajena, me interesé por las imágenes. En especial me llamó la atención una de la vieja a pies del Monumento al Estibador. Ambos lucían orgullosos de un puerto ahora muerto, desafiando a rostro firme la violencia del viento y el tiempo.

Irrumpió súbitamente secándose las manos con el delantal, reptó hasta el aparador y sacó una cuchilla enorme, filosa, amenazante.

- ¿Quién fue el pescador?- indagó mirando de reojo, siempre encorvada.

Fui señalado.

- ¡Asasino!- estalló la anciana acercándose a la raya.

Y cada diez segundos, mientras cercenaba: - ¡Asasino! ¡Asasino!- con esa espada, ahora cubierta en sangre; con ese rostro cada vez más raído, interpelándome.

Todos reían, nerviosos; ella a carcajadas. Yo me consideraba hombre muerto.

Foto: www.flickr.com

viernes, 27 de junio de 2008

Valeria del Mar, por Duar.

Pedro soñaba con los pies metidos en el mar. Mientras el vaivén de las olas le enterraba los dedos en la arena, él soñaba. Los pies se enterraban en Valeria y la cabeza le volaba por San Juan, por el Norte, por el Sur. Pedro siempre sueña y esa es su mayor virtud. La segunda es hacer todo lo posible para cumplir todos esos sueños. Pé hablaba mientras se hacía de noche, y nosotros lo escuchábamos entre el silbido del viento y el romper de las olas en la lejanía.

Pedro, soñador de sueños imposibles, pescador de hazañas, decía que quería ponerse un hotel en algún lado; un hotelito donde pudiera trabajar mientras lo disfrutaba. Hablaba de préstamos y sociedades, de la factibilidad del negocio. De un hotel de arena que no se volaba con el viento, porque estaba hecho de trabajo y de alegría.

Ju y yo lo mirábamos encantados hasta que, asustados, volvimos a cruzar las miradas, porque los sueños de Pedro comenzaban a tomar forma y se dibujaban con trazos dorados en el horizonte. Flotaban como hologramas, con total naturalidad y a la vista de todo el mundo.

Sus vecinos, más acostumbrados, sólo atinaban a negar con la cabeza y pensar “¡cómo sueña este muchacho!”.

jueves, 26 de junio de 2008

Ringuelet, por Gabo*

La mayoría de las veces que hablo de mi barrio me acusan: Pero ¿Eso es La Plata? Cuando era chico contestaba con un triste "Si...”, medio enojado, como si me estuviesen marginando. Sé que los mayores no lo hacían con esa intención, pero cuando intuían mi enojo profundizaban un poco más en el tema: Pero ¿No tienen otro código postal? Y si se llama Ringuelet ¿No deja de ser La Plata?

Siempre pensaba lo mismo: ¿Por qué no le irán a preguntar al viejo Ludueña? Él siempre tenia una respuesta para todo; y claro, si estaba en el barrio desde el tiempo que las personas transitaban a caballo las calles ahora pavimentadas. Jorge se sentaba en la esquina, sobre una gran piedra -que nadie sabe como habrá llegado ahí- y, mate en mano, vigilaba la plaza esperando que algún oído se acerque a escuchar una de sus tan conocidas anécdotas.

La misma plaza en la que hoy solo quedan dos tablas en el tobogán y una vieja hamaca que se queja en soledad.

*Gabo postea como invitado, se ve que la propuesta de la nostalgia caló hondo :)

martes, 24 de junio de 2008

Viedma, por Natalia


Yo que lloraba porque quería ir a la escuela un día de lluvia.
Y mi mamá que lloraba porque yo no tenía campera para ir a la escuela un día de lluvia.

Pero respiró hondo los mocos. Se subió a una silla y sacó una caja de arriba del ropero. Salí para la escuela con el ponchito de lana marrón que picaba en el cuello y que tenía dos borlitas que le colgaban.

Asi que ese fue mi primer contacto con el capitalismo. Cuando en los inicios del menemato viviamos los seis en una piecita por dos mangos. Recién llegados los seis a Viedma, desde Real del Padre, un pueblo rural de Mendoza.

Ese día mis compañeros algo deben haber dicho, pero yo me sentía de lo más contenta porque la seño me subió a upa. Yo los miraba desde arriba y ella les dijo que yo tenía ponchito porque no era de Viedma. Que yo era de un lugar donde se usaban los ponchitos.

Pobre mi mamá, que no entendía de exotismos.

lunes, 23 de junio de 2008

Granadero Baigorria, por Juanito

Consideró que disponía de unos segundos para pensar el próximo movimiento. Levantó la vista, agudizó la mirada en busca de un compañero libre, y le pegó fuerte a la pelota, que cruzó el cerco que delimita los dominios de la Liga Baigorriense y dio a parar junto a las patas chuecas de una inmutable vaca que, a falta de pastura, lamía una lata vacía de duraznos en almíbar en el rancho lindero.

Insultos, resignación, alguna carcajada desde afuera de la cancha. Mano Negra FC pierde 3 a 0, en una nueva demostración de “fútbol caos”.

Pero a él le pareció descifrar una burlona sonrisa disimulada en el rostro extraviado del raquítico animal. Fuera de sí, cruzó los límites del campo de juego y saltó el alambrado ante los atónitos pibes sentados a puertas de la ajada tapera. Lejos de atinar a detener al invasor, permanecieron quietos, atentos, expectantes.

- ¡Vaca de mierda! ¿De qué te reís?

Los alaridos -que enmascaraban algo de llanto- poco alteraron la indiferente actitud de la vaca, que ahora dejaba la lata de duraznos al advertir una cáscara de banana a metros del despoblado gallinero.

Hecho el descargo, pegó media vuelta, presto a regresar. Desde la lejanía, se asomaba una inconfundible tarjeta roja.


jueves, 19 de junio de 2008

Salta, por Duar

Cuando el modesto cartel emplazado al costado de la ruta advierte “SALTA”, uno tiende a desestimar los indicios y seguir despreocupado su camino, cuesta arriba, hacia el portezuelo. Cuando la ciudad estalla con sus trazados luminosos y la sombra de los cerros proyectándose hacia su interior, el viajero entiende todo: Salta es la linda, la más linda, y el oxidado cartel a la vera del camino contiene una advertencia para desoír, para poder ignorarla y que la ciudad nos sorprenda con su grito orgulloso de existencia. Estoy acostumbrado a intercambiar miradas cómplices con el viejo cartel y dejarme sorprender por Salta.

Cuando bajo, juego a perderme entre los próceres y los garcas que dan nombre a las calles del centro, y a encontrarme con una mirada gracias a las luces del cerro San Bernardo. Me gusta caminar entre los arcos de la calle Caseros, donde germinan a la sombra los despojos humanos que van dejando los Cornejo, Saravia, Romero y Ulloa, en sus eternas alternancias al mando del feudo.

De 2001 a esta parte los inviernos traen a Salta hojas secas y euros frescos, y se puso de moda ocultar cualquier síntoma de revuelta social: los turistas podrían jurar que de noche suenan tiros y corridas en la Plaza 9 de Julio, que amanece limpia cuando había anochecido abarrotada de gente, bombos y pancartas.

martes, 10 de junio de 2008

Iruya, por Duar.

Son correcaminos,
Tercos,
Que van hacia el abismo

Como el Rey de los Intrépidos.


Arrancar para el lado de Iruya conlleva una serie de advertencias y presagios que se multiplican cuando se agrega el condimento de que el viaje se va a hacer en auto. Los que saben, avisan que el camino está lleno de trampas y que no es viaje para hacer en una tarde. Pero el intrépido viajero no se ha hecho la fama por huirle a los retos y a las amenazas.

Y acepta el desafío de Iruya, la sinuosa propuesta del camino que sube y curvea de lo lindo, y regala paisajes de caracoles imposibles, cerros que se desarman en el páramo puneño en arcos que se entierran como las raíces del baobab. El camino a Iruya es cuesta arriba, siempre arriba, y desaparece entre mil huellas que se cruzan, en el lecho de un río pedregoso y agitado, en los ojos inquietos que se resisten a permanecer sobre la ruta.

Y no se espanta cuando ve que Iruya aparece frente a sus ojos, colgando de la montaña, ni al ver que sus pobladores juegan al fútbol en canchas pedregosas, donde la pelota no dobla: se va derecho al abismo y se pierde al fondo de la quebrada.

Pero no abusa de su suerte: llega hasta la explanada de la capilla y gira sobre sus talones hasta apreciar el paisaje por completo. Examina con cuidado la oferta del camino: las calles toscas y pedregosas que siguen subiendo terminan por desalentarlo y regresa por donde vino, con las manos vacías y la sensación firme y persistente de que no ha visto ni comprendido, ni se ha llevado nada: nada de nada.

lunes, 9 de junio de 2008

Hernandarias, por Juanito


Y un buen día un turista pescó un pez-pollo en Hernandarias. La noticia no tardó en salpicar toda la costa, y hasta se impuso como tema de conversación entre los escépticos parroquianos que almorzaban en el histórico muelle flotante devenido en restaurant.

El pescador, que no le había dado demasiada importancia al asunto, permaneció la tarde entera lanzando una y otra vez su línea al Paraná, forcejeando con algún anzuelo enganchado, y recibiendo a los curiosos que anhelaban un vistazo a la exótica presa. Se acercaron desde cada rincón del pueblo, sobre todo las mentes que todavía aceptaban un pez-pollo: mucho pie descalzo, sonrisa gigante y ojito brilloso.

A la mañana siguiente pegamos la vuelta. Saliendo de la posada, el viejo colectivo emprendió la marcha y se encaminó hacia la ruta. Instantes más tarde, quedaron atrás el río con sus incontables islas, el muelle flotante, la torre de la iglesia, el matadero…

Foto: www.hernandarias.gov.ar