jueves, 4 de marzo de 2010

Buenos Aires, por Duar

En el fondo de un aséptico bar de renombre multinacional, un hombre compra almas.
Otros tres se dirigen a su encuentro, obnubilados –para qué negarlo– por esta pequeña Nueva York enclavada en la gran Buenos Aires. Envuelto en vahos de exóticos cafés traídos de todas partes del mundo y las impregnantes miasmas que desprenden hombres aborrecibles, el colector de almas hace una propuesta tan obscena como imposible de rechazar.
Uno de los visitantes no puede con su asco. Se echa atrás y, aturdido, busca los ojos de alguno sus cófrades para que lo sostengan. No los halla. Lo esquivan.
Han sido cooptados y lo acusan con la mirada: ¿qué es eso de querer cambiar el mundo –parecen inquirir– justo cuando comienza a abrirnos las puertas?

lunes, 1 de marzo de 2010

Purmamarca II, por Duar.

Los Viajeros se atreven a los juegos del carnaval. Animados por la cerveza, el calor y la invitación de unos changuitos que les arrojan harina, se hacen de una espuma por unos pesos y se lanzan a la acción. En pocos segundos se desata en derredor suyo una batalla campal: no menos de seis se les vienen encima e intentan desarmarlos por las malas; les es arrojada nieve, talco, papel picado y algún que otro golpe desde todos los flancos. Aturdidos, buscan con la mirada la ayuda de algún padre celoso que colabore. Nada encuentran: todo el pueblo está entregado a la cumbia y a la cerveza, a la fiesta en la calle. Los rostros, desencajados por la chicha e igualados por la harina, se esconden detrás de máscaras, banderas y estandartes. Los Viajeros están por las suyas. Intentan negociar un armisticio mediante la entrega de su única arma, pero los beligerantes no se conforman. Deben emprender la retirada, silenciosos y cabizbajos entre empujones y risas burlonas.

En ese instante el Viajero fuerza una sonrisa y comienza a saborear algunas ideas que masticará por días.