-¿Golpearon la puerta?- El narigón, ya entrado en copas, dudaba de la eficacia de sus sentidos.
Sin dar tiempo a que le contestasen, abrió. Y apareció Alicia. Con un porro en una mano y un whisky en la otra. Y una pinta de haber estado castigándose desde temprano que ni les cuento. Por unos segundos sólo se escuchó el cansino aleteo de un ventilador de techo que advertía estar en sus últimas. El reflejo de la luz de un auto que pasaba afuera le iluminó el rostro, desencajado, duro.
Subestimando la siniestra imagen, hicieron pasar a la visita y la invitaron a la mesa creyendo que podrían divertirse a costa suya un rato, hasta acabar las botellas y partir de joda.
Pero uno no se ríe de Alicia, Alicia se ríe de uno. Y cuando ella se ofreció entera y ellos la rechazaron entre burla y carcajada, desataron su ira. Concentrada, casi poseída, se volvió a vestir y regresó a su casa en este barrio de la otra Gesell, la escondida, pero no sin antes, en una lengua extraña, dejar caer una conjura sobre los que se habían hecho los vivos.
Volvieron del boliche entrada la mañana, ojerosos y desalineados. No terminaron de pisar el comedor que notaron que alguien había estado ahí, y que sus pertenencias ya no.
Corrieron furiosos hasta lo de Alicia que ahora, convertida en toda una dama, tendiendo lenta, hipnóticamente la ropa, se limitaba a negar con la cabeza, haciendo como si no los conociera.
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