Aquí no es.
Aquí tampoco.
Siga adelante.
No recibimos visitas.
Y no llamamos a nadie.
Aquí tampoco.
Siga adelante.
No recibimos visitas.
Y no llamamos a nadie.
Así le dio la espalda Volcán al viajero, cuando mendigaba un techo. Nuestro héroe primero rió por los pintorescos carteles artesanales, tan coloridos, que se ubicaban en los portones de las todavía más pintorescas casas de Volcán. De tanto mirar al suelo y reír, y mirar al cielo y reír, aprehendió el paisaje: un cielo plomizo, pesado y gris, rozando la punta de cerros verdes de frondosa vegetación; todo enmarcado en una densa bruma, el barro pesado de las calles y el sonido del río chapoteando abajo.
Entonces golpeó las manos y le fue señalado un cartel: Acá menos. Su fe en la especie humana, de por si ínfima, dejó de existir. De porfiado nomás, casi enajenado ya, fue a lo seguro: se plantó en la puerta de una hostería, dispuesto a pelear por una habitación en ese pueblo de payasos crueles y jodidos. No hubo caso: delatado por su cabellera enmarañada y la mugre bajo las uñas sufrió un nuevo desaire: no había lugar para él.
Indignado con su suerte, viró 180 grados totalmente decidido a entregarle el corazón al siguiente pueblo que le abriera las puertas. No anduvo mucho hasta encontrarse.
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