Sobran testigos de su entusiasmo previo. Lo disfrutó de antemano. Cada prenda o utensillo que guardaba en el bolso lo transportaba apresurado al goce que le proporcionarían dos días al aire libre.
Esa semana no habló de otra cosa que no tenga que ver con el camping. Proyectó perfectos amaneceres de pesca en las feroces aguas del Carcarañá, gloriosas tardes de fútbol, inolvidables noches de cervezas y mujeres y más cervezas.
Pero Timbúes le dio vuelta la cara: le entregó canchas en pendiente y que la barranca está peligrosa para andar pescando y duchas en reparación; y si querés compartir una copa con alguna dama, a ver si podés metido entre dos millones y medio de mosquitos por metro cúbico y una tormenta de ascendencia tropical. ¡Ah! Me olvidaba: tu carpa está inundada, por no decir que la crecida del río la pasó por encima.
No aguantó ni veinticuatro horas. Entre dolido y resignado, sucio, empapado y sin dormir, juntó sus cosas como pudo y dejó tallado con una llave en cada árbol del lugar: “No vengo nunca más”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario