lunes, 20 de octubre de 2008

San Martín de los Andes, por Duar

Le contaron de grandecito que no tenía nada de nueva su actitud frente a la vida. Que de chiquito nomás había sido exactamente igual, que no era de extrañar que las cosas se fueran dando como se vienen dando.
Que en viaje a San Martín de los Andes dijo su primera palabra, que no fue mamá ni papá sino vaca, más precisamente “muvác”.

Que en plena estadía se fugó sigilosamente de la vigilancia de sus papás y apareció correteando entre las vacas que acababan de liberar de un corral. Tranquilo y chocho él, nerviosas ellas, que pesaban lo suficiente como para enterrarlo en dos patadas y levantaban polvo como para taparlo en el acto.

Que conoció las laderas de las montañas y no cedió ante el instinto de mantener equilibrado el centro de gravedad de su pequeño cuerpo, al contrario: apretó fuerte las cejas y peleó con la oblicuidad del pedemonte hasta que lo retiraron achichonado.

Y de todo eso se desprende, lógicamente, que es un tremendo terco y que no va a dejar de comer carne de vaca por más que le digan que tiene el colesterol por las nubes y que los pobres animalitos sufren cuando los sacan del verde prado para servirlos en su mesa. Se veía venir, desde aquella vuelta en San Martín de los Andes…

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