lunes, 29 de septiembre de 2008

Casilda, por Juanito

El tipo llegó a Casilda y se adueñó. Caminó sus calles, agotó sus vinos, saboreó sus carnes, entonó sus chamamés, injurió a sus mujeres. Despertó más odios que amores, y esa noche recurre a su conciencia como emblema de un oscuro pasado.

Aun hoy en las peñas evocan aquella en la que terminó ciego, transportado, bajo el eje delantero de un Falcon verde. Los resabios de su dolor todavía infectan la vera de la ruta, los pasillos de la Facultad de Veterinaria y la ética ciudadana. Recuerda y llora. Recuerda y muere.

Despertó en la Terminal, despojado de memoria y -por carácter transitivo- de humanidad. Atravesado por una intensa dualidad existencial, apretó con fuerza el boleto que algún bueno había metido en el bolsillo de su pantalón, tragó saliva y dispuso, una vez más, su regreso.

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