viernes, 12 de septiembre de 2008

Puerto Madryn, por Duar


Ser un completo extraño en una ciudad completamente extraña para uno. Dijo el Intrépido a Madryn: “mucho gusto, con tu permiso” y se dedicó a caminarla a lo largo de toda la tarde. Charlaron los dos, en un día muy soleado para la playa y demasiado ventoso para la sombra. Le leyó un poco de Argumedo y le convidó a Bunbury desde el mp3. Puerto Madryn, por su parte, le regaló paisajes de aguas claras y tranquilas y una vista de la ciudad desde mar adentro, desde el fondo del puerto.

Las aguas de Madryn son mansas y claras porque las ataja el Golfo Nuevo. En esa calma reposan las ballenas francas durante medio año, dedicadas al amor y al jugueteo y al jugueteo del amor entre los botes de alquiler y los lujosos transatlánticos.

La vista de la ciudad desde el agua y las ballenas son todo lo que el turista quiso ver. El intrépido se aventuró más allá: quiso e intentó averiguar, infructuosamente, qué se escondía detrás de las casas grises, más allá de la costanera. Tragó mucha arena antes de resolver el enigma.

Encontró la respuesta en los obreros y las doncellas que respectivamente construyen y atienden los hoteles de la ciudad. De ellos anotó en su cuaderno: “Vienen de muy lejos, muy al norte. Llevan años trabajando acá. Jamás vieron una ballena”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Consumatum est

Juan Freytes dijo...

Qué nivel, amigazo!!!