miércoles, 4 de marzo de 2009
Iruya, por Germán
Un paisaje singular, donde la hidalguía y bronce se aúnan templados por el sol distante. Fortaleza esbelta en la ladera de la montaña. Estandarte orgulloso de los primeros pobladores que, deslumbrados por tanta belleza, decidieron culminar allí su marcha existencial.
Parece que describiera a Gondor, la ciudad dorada de los “Dunadain” (traducción de ‘hombres del oeste’, en una lengua ficticia) que J. R. R. Tolkien delineó en su mitología. Si no supiera que aquel escritor era sudafricano, diría que se inspiró en Iruya para crear la Torre Blanca.
Y ahí estábamos parados, recién llegados, contemplando el silencio, escuchando los colores, y buscando cómo volver... Las chicas que nos acompañaban tenían que volver esa misma tarde para no perder un pasaje a Uyuni y no había más lugar en los micros de la vuelta.
Después de almorzar y un breve recorrido por el villorio, nos subimos a la caja de la F100 que nos haría la gauchada para que las chicas "no perdieran el viaje". Salticando en la camioneta al ritmo de las piedras y con el viento frío en la cara me pregunté si, de todas maneras, podían darlo por ganado.
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