sábado, 7 de marzo de 2009

Purmamarca, por Duar

Dos diablos vinieron hacia él con el paso apurado por el alcohol y la calle en bajada. Lo interpelaron jocosamente, qué pasa amigo, los mandó a volar.

Unas viejas que chayaban se acercaron para echarle harina en la cara, alegres de aloja y carnaval; las sacó carpiendo.

Unos changos que guitarreaban en un zaguán, con un pie apoyado en la silla y la guitarra descansando en la rodilla, entonados en más de un sentido, lo invitaron al convite. Desistió, rudamente.

Una chinita de mirada pícara, menos tímida que de costumbre, le dijo algo al pasar. Algo en lo que no reparó en absoluto.

Y cuando se armó la ronda en la fuente de la plaza y los más chicos salpicaron a los danzantes con agua y papel picado y las comparsas agitaron banderas y estandartes en derredor, todo fue jolgorio. Y él se arrepintió de por vida de haberlo visto desde el hermetismo y la asepsia del cascarón de sus miedos.

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