Postal de Santiago, la estación envuelta en sol. El olor a siesta. El paisano que visita su pago ya presto a regresar al exilio que la pragmática impone.
La señora me cuenta que es enviada de Dios. Que a través Suyo presiente el futuro. Una madrugada previó en sueños que su hijo iba a morir en un accidente, y así fue nomás. Otra vez se enteró antes que el médico que su cuñado había enfermado. Cáncer de páncreas, el diagnóstico.
El tren se detiene y ella baja presurosa en búsqueda del saludo de los suyos. De los que quedan. De quienes Dios aun no ha dado noticias. Ni tomado nota.
lunes, 9 de febrero de 2009
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