Yo tenía apenas 16 años y sostenía una mira alta, altísima y pesada; el sol que pegaba de frente, de lleno en los ojos, que mantenía fijos en la figura de mi viejo. Estaba desesperado, rogando que agitara su brazo haciéndome saber que ya había tomado lectura y me podía ir de

Barrio pobre de Baradero, calle de tierra flanqueada por sauces y zanjas de aguas espumosas, sobrevoladas por mosquitos de engorde. Tres de la tarde, una hora para que abra la despensa y pueda comprar algo para echarme al gañete. Y la señora se acerca a paso lento y decidido. -¡Nene…! Nene, vos, decime una cosa: ¿para qué están midiendo? ¿Van a asfaltar? Asfaltan todas las calles menos la nuestra acá… ¿Cómo que no sabés? ¿Me estás tomando el pelo vos?
La voz, exactamente como la imaginaba: el timbre irritante de señora gritona, gorda y gritona y preguntona. Retumbaba en mi cabeza desde antes de oírla por primera vez, desde que alcancé a verla parpadeando ansiosa, mientras peleaba por acostumbrarse a la luz del sol que pegaba de lleno en su ventana, como pegaba en mi cejo fruncido.
Una mirada rápida a la señora-tanque y a su cortina de baño, y una mirada esperanzada a mi viejo. Una sonrisa aliviada.
-No sé señora, soy de La Plata, no se ni me importa…

Foto: www.baradero.com