viernes, 21 de mayo de 2010

Sarandí, por Germán

Semáforo rojo en la esquina. Adelante, un auto nuevo recién lavado. Atrás, un camión brasileño ansioso por usarme de alfombra. Semáforo amarillo y verde. Avanzamos.
Al cruzar la trasversal comienza un cantero de cemento que separa mano y contramano. Mediacurva a la derecha y en el cantero ensanchado, las columnas. Por arriba, el viaducto de Sarandí sostiene el paso ruidoso de un tren rápido a La Plata. Y atravesando la curva y contracurva que da derecho al acceso sudeste, un cartel amarillo contrasta el gris terroso y el marrón renegrido del paisaje.
"Ayres de campo", reza el cartel. Si me lo contaran -conociendo el lugar- pensaría que se trata de una broma. Pero no, así es. Intrigado por su oferta detengo la marcha y estaciono en la esquina. Cuando abro la puerta del auto siento que la pestilencia misma invade mi nariz y se apodera súbitamente de mi respiración. En vivo y en directo, un primer plano del arroyo que hace llegar su inmundicia aún hasta los autos que pasan por la autopista Buenos Aires-La Plata a toda velocidad. Pero la curiosidad que me despierta el cartel puede más. Me pongo y bajo.
Ayres de campo es un pequeño local de embutidos y productos regionales. Su puerta parece el pasaporte a otra dimensión. Una vez adentro, la dueña me da la bienvenida.

- "¿A cuánto están los salamines?" -pregunto.
- "Tenés esta promoción, que incluye una sopresatta" -responde.

No sabía de qué me estaba hablando. Así que confesé mi ignoracia, y su respuesta fue la mejor. Zigzagueando desde atrás del mostrador con un cuchillo, se acercó a la ristra y cortó el último embutido. Sobre la mesa le sacó el hilo, lo peló por completo y, después de hacer varias rodajas, extendió la tablita y me convidó.
"Es una variedad del sur de Italia, lleva pimienta roja", completó. Su gesto sació mi apetito y me convenció. Terminé por comprar el combo.
Me fui satisfecho y contento, masticando la sopresatta como si fuera un antídoto para salir. Creo que aún no salgo del asombro de cómo en un lugar tan apestoso pude encontrar un localcito tan agradable y bien puesto. Quizás me haya conquistado la sorpresa, o el contraste de "ayres". Al fin y al cabo, dicen que nosotros, los posmodernos, así es como más nos deleitamos.

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