De inmediato percibió el viajero aquel remolino que se había armado en el centro de la ruta. Levantaba polvo añejo de los valles y bailaba al compás del golpeteo de las ramas de los sauces. Al viajero también le dieron ganas de bailar.
Dos lugareños que mataban el tiempo a la sombra de un horcón le advirtieron, jocosamente:
—Guarda Don, que ahí adentro anda el diablo. A veces se hace un tiempito y se escapa de Buenos Aires —y rieron, sin ganas.
El viajero quiso reír, tuvo el reflejo; pero se detuvo. Recordó las caras sucias y los cuerpitos raquíticos de los niños del pueblo viejo; mendigaban ropa, útiles o moneditas a los que transitábamos el camino. Reparó en los ranchos precarios, las vinchucas, el abandono…
Y se alejó, más amargado que asustado, del remolino, del diablo de Buenos Aires, responsable de todos los males de la tierra y de los valles.
Imagen: Cámara de Diputados de Salta, http://www.camdipsalta.gov.ar/INFSALTA/fotos/alemania1.jpg.
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